martes, 15 de enero de 2013

LA LEYENDA DE SAN AGUSTÍN - Capitulo 8 "El secreto de la mazmorra"



T
odo era muy oscuro, los jóvenes caminaban a ciegas pegados unos a otros, solo se escuchaban expresiones como: – ¿hacia donde conduce esto? – No lo sé – No debimos entrar – pero estaba allí – una puerta secreta – Estos curas y monjas tienen un secreto extraño – ¿No será parte de la leyenda? – y vas a seguir con la leyenda – ahora mismo ya no sé que creer.
   Después de un rato caminando a oscuras, entraron a un área mas iluminada, habían unas lámparas de aceite, a la antigua, pero con la suficiente iluminación como para ver que o quien estaba allí.
– ¡Algo se mueve allá! – exclamó asustado Adrián mientras señalaba el final del pasillo.
– ¿Dónde? No veo nada
– por allá, vi una sombra
– No estarás creyendo en supersticiones
– solo vi que alguien pasó.
   Se dirigieron al final del pasillo, que más bien parecía un laberinto, no había nada allí más que escombros.
– allá continúa el pasillo – acotó Samanta señalando a su izquierda – y hay luz.
– Tal vez alguien viva aquí – dijo Ricardo.
– ¿Quién puede vivir en un lugar como este? – preguntó Adrián – es antihumano
– se supone que este Convento es para formar futuros siervos de Dios, no creo que tengan a una persona viviendo en estas condiciones degradantes.
– Quien sabe…
– No vayas a salir otra vez con la leyenda esa
– Deberíamos hablar con la Hna. Isabel – sugirió Samanta – es la única que se ha interesado.
– ¿Ahora ya crees en la leyenda?
– No, solo sé que algo se oculta en este lugar, algo que la Madre Superiora y el Padre Vicente quieren encubrir a como de lugar.
– Hablando de eso ¿algunos de ustedes ha visto al Padre Vicente? – preguntó curioso Ricardo.
– ¿te refieres a estos días? Pues fíjate que no
– No, me refiero a alguna vez, ¿ya lo conocieron?
– ¿A que se debe esa pregunta, Ricardo?
– Porque… pues… yo nunca lo he visto.
   Samanta y Adrián quedaron boquiabiertos por unos segundos, luego respondieron al unísono: – Pensé que tú lo conocías
– No, se que él es amigo de mi familia y que luego de la muerte de mis padres, me pagó los estudios y mi estadía aquí – respondió Ricardo.
– ¿entonces no lo conoces? Yo jamás lo he visto
– Yo llevo un año aquí y tampoco lo he visto – comentó Adrián – pero todos hablan de él.
– Pues, pensándolo bien – intervino Ricardo – solo la Madre Superiora y algunos monjes hablan de él, pero… ¿no les parece extraño que nadie lo haya visto?
– supongo que ellos si lo deben conocer
– tal vez no viva en el Convento
– o tal vez no exista, es otro invento como esa leyenda absurda – resaltó Samanta.

   De pronto su conversación fue interrumpida por el sonido de un golpe fuerte, como si algo muy pesado cayera en el suelo, los tres jóvenes quedaron paralizados.
– ¿escucharon eso?
– vino de allá, pero no hay luz
– yo no pienso ir para allá
– ¿y que tal si alguien está en problemas?
– ¿No has visto películas? Cada vez que alguien va a ver de donde viene un ruido extraño, termina muerto.
– cierto, mejor regresamos y buscamos ayuda.
   Así que regresaron por el pasillo pero cuando iban avanzando, las lámparas de dicho corredor subterráneo se apagaron. Un grito se escuchó mezclado con un llanto, luego ese llanto fue tomando una escalofriante melodía.
– ¿están escuchando lo mismo que yo?
– Si, es el mismo llanto que escuché justo antes de que…
– mataran a la hermana Rita.
– ¿Quién haría ese sonido?
   En ese momento la luz regresó, los tres chicos aun se encontraban uno detrás del otro, cuando Samanta cayó al suelo tropezándose con algo en el piso. Era una especie de barra de madera, como una pata de alguna mesa o silla, pero tenia algo tallado, se dispusieron a leerlo: “Soy el Padre Agustín Ceballes, estoy recluido en esta celda por casi 5 meses, necesito…” era todo lo que decía, la madera estaba muy desgastada y rota y no se entendía nada más.
– ¡Dios mío! – exclamó Samanta
– el Padre Agustín estuvo prisionero en esta mazmorra.
– y por mucho tiempo
– pero ¿Quién lo tendría cautivo? ¿y Por qué?
– supongo que la misma persona que lo asesinó.
– debemos salir de aquí, quiero salir de aquí ahora.
   Siguieron de vuelta hacia la puerta que unía el misterioso laberinto con la mazmorra que debían limpiar, pero estaba cerrada y no podían abrirla. Su miedo aumentó, estaban al borde de la desesperación hasta que una voz detrás de ellos les dijo:
– No podrán salir así, necesitan la llave.
   Ricardo, Samanta y Adrián voltearon lentamente y al mismo tiempo, hasta que vieron a una chica joven pero muy desaliñada, delgada, de piel blanca y cabello muy oscuro, con una manzana roja en su mano.
– ¡Es ella! – dijo Samanta – la chica que vi en la puerta de la habitación de la Hna. Rita, por favor díganme que también la ven ustedes.
– Claro que si
– la estamos viendo
   Y la misteriosa y deslucida muchacha seguía dándole mordiscos a su manzana mientras sonreía frente a ellos.

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