martes, 15 de enero de 2013

LA LEYENDA DE SAN AGUSTÍN - Capitulo 5 "Un nuevo hallazgo"



Y
a estaba anocheciendo, y pronto sonaría la campana del toque de queda, en el cual todos debían estar en sus habitaciones, más que un convento parecía un internado militar, pero lleno de leyendas urbanas y supersticiones, a pesar de ser un lugar de preparación para encontrase con Dios. Sin embargo, Ricardo, Adrián y Samanta estaban terminando sus labores de limpieza en el jardín lateral.
– Aun no puedo creer en esa leyenda – dijo Samanta
– Yo si, la hna. Rita pagó por eso – respondió Ricardo
– Creo que no debemos inmiscuirnos en eso – resaltó Adrián
– Tonterías, yo pienso llegar al fondo de todo esto
– ¿A que te refieres Ricardo?
– Si existe un alma en pena en este Convento, debemos buscarlo ¿no creen?
– ¿Te refieres a convocarlo? – preguntó atemorizado Adrián.
– Exacto
– No, yo no pienso participar en eso – dijo Adrián – eso va en contra de mis creencias, y es abominación practicar ocultismo.
– Tampoco exageres – dijo Ricardo en tono de burla – ¿Tu que crees Samanta?
   Samanta estaba muy pensativa, recordó de pronto aquella chica que conoció hace poco y que misteriosamente nadie mas la había visto, pero no se atrevía a hablarles de eso a sus nuevos amigos, la podían llamar loca… incluso ella misma se preguntaba: ¿Me estaré volviendo loca?
– Hola,  Tierra llamando a Samanta – interrumpió Ricardo mientras chasqueaba sus dedos.
– Oh, disculpen, pensaba en el Padre Agustín – dijo ella
– ¿Cómo así?
– en la razón por la cual, estando maniatado y apunto de ser ahorcado, seguía sonriendo.
– cierto – respondió Adrián – no había pensado en eso
– Si, es extraño ¿verdad? Pero solo es una leyenda, a nadie le consta que haya sido así, tal vez haya muerto de tuberculosis, era muy común en esa época.
– pero ¿Cómo explicas la muerte extraña de la hna. Rita? – preguntó curioso Adrián
– sin mencionar ese llanto que se escuchaba a lo lejos – mencionó Ricardo.
– Yo también lo escuché, era como que alguien lloraba y luego cantaba.
– No, mas bien alguien cantaba mientras lloraba
– ¿es eso posible?
   Los tres se miraron y la campana de las 8 menos 15 minutos sonó, indicando que todos debían ir a sus habitaciones antes que fueran las 8 en punto.
– Seguimos mañana – dijo Samanta – y yo que pensaba encontrarme conmigo misma en este Convento, y ahora una extraña leyenda me está inquietando.

   A la mañana siguiente, después del desayuno, El Padre Camilo, uno de los principales directivos del Convento, invitó a todos los residentes a una misa en la Capilla, en memoria de la Hna. Rita.
– Hermanos míos, amigos que nos acompañan, estamos aquí para ofrecer nuestro más humilde respeto a la Hermana Rita, quien en vida fue….
– Psss, hey, vamos afuera un momento – le dijo Ricardo a Samanta
– Pero estamos en plena misa
– Debo mostrarte algo
– de acuerdo, ¿y que me dices de Adrián?
– Él está allá adelante en la primera banca, no querrá salirse de la misa.
– Bueno, como digas.
   Ambos salieron discretamente y entraron a la biblioteca del Convento, cerca de allí, había infinidades de estantes con libros de santos y mártires de la historia cristiana.
– Jóvenes, ¿Qué están haciendo aquí? – preguntó el bibliotecario – ¿Por qué no están en la misa?
– solo venimos por un libro que nos encargó el Padre Camilo para el final de la misa – respondió rápidamente Ricardo.
   Samanta solo asentía mientras pensaba en la forma en que Ricardo tenía una respuesta para todo, incluso al pobre Adrián ni le dejaba responder. Comenzó a parecerle sospechosa su actitud, pero rápidamente abortó esa idea.
– Está bien – dijo el bibliotecario – pero que sea rápido.
   Los jóvenes fueron al pasillo 3 de la biblioteca y Ricardo se detuvo frente a la hilera 22.
– No vas a creer lo que encontré esta mañana – dijo él mientras tomaba un libro – es la historia de San Agustín.
– Entonces ¿es cierta la Leyenda?
– Así es, y no solo eso, mira lo que dice aquí – decía Ricardo al mismo tiempo que le señalaba una página.
   Samanta leyó en voz alta
– “El Padre Agustín Ceballes fue ahorcado en su habitación un cuarto de hora antes de las 8, aunque su cuerpo fue encontrado en el jardín después de las ocho de la noche”
– ¿Te fijas? – acotó él – San Agustín fue ahorcado en su habitación, igual que la Hna. Rita.
– Aun así, no creo mucho en esa maldición – dijo ella – fue hace tanto tiempo, años atrás y ¿apenas va cobrando la primera victima?
– Tal vez hayan existido otras, busquemos a ver.
   Ricardo y Samanta seguían hojeando el libro, hasta que se detuvieron en una página, la cual ilustraba completamente la manera en que fue encontrado el cadáver de San Agustín. Tal como se lo describió la hna. Isabel, yacía tirado en una fuente amarrado de manos y pies, y con una soga alrededor de su cuello, lo que más le llamó la atención a Samanta fue que junto a su cuerpo, allí mismo en la fuente, habían varias manzanas tiradas.
– Debe haber una fotografía del padre Agustín ¿cierto? – preguntó Samanta.
– Supongo que sí – dijo Ricardo – déjame ver, creo haber visto una por aquí… Aquí está, es él – mencionó él mientras le mostraba la fotografía a ella.
   Samanta comenzó a sudar frío, su respiración fue acelerándose, sus ojos se salían de sus órbitas, y su piel se palidecía, quería gritar pero no le salían palabras.

   Lentamente se sentó en el suelo y agachó la mirada. Ricardo la miraba confundido, pero con una extraña sonrisa como si hubiera dado en el blanco, luego reaccionó:
– Samanta ¿te encuentras bien?
– No, no lo estoy – dijo ella – te juro por lo más sagrado que ese Señor, el de la foto del libro es igual, por no decir idéntico a… a… a Matías.
– ¿Matías? ¿Quién es Matías?
– el misterioso caballero que me recogió en la parada y me dio el aventón hasta aquí.
– ¿estás segura? Tal vez estés confundida.
– eso espero, porque entre él y las manzanas me están volviendo loca – dijo Samanta al mismo tiempo que salía corriendo de la biblioteca.

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