martes, 15 de enero de 2013

LA LEYENDA DE SAN AGUSTÍN - Capitulo 2 "Reglas extrañas, compañeros extraños"



T
oc toc – tocaba alguien a la puerta.
– Buen día Samanta – saludó la hna. Rita.
   Samanta se levantó y miró el reloj, eran las 5 en punto.
– se pasan de puntuales – pensaba, y devolvió el saludo – Buen día Hermana Rita.
– ella es la hermana Concepción – dijo la Hna. Rita, mientras le presentaba a la otra monja que la acompañaba.
– Mucho gusto Samanta – respondió la hna. Concepción – te acompañaremos a ver a la Madre Superiora.
– Muy amables – dijo Samanta, luego se preguntaba para si misma: ¿Será que la Madre Superiora es un ogro? Que tienen que acompañarme todas.
   Llegaron a la oficina de la Madre Superiora, y las tres entraron.
– Buenos días Madre Superiora – se adelantó a decir Rita – ella es la joven Samanta quien viene a pasar un tiempo con nosotros.
– Ah si, ya estaba al tanto, Bienvenida hija al Convento San Agustín.
– muchas gracias – respondió ella.
– Debo sin embargo, informarte de algunas normas que tenemos aquí.
– desde luego
– Primero – recalcó la Madre Superiora – la hora de levantarse es a las 5 am, todos los días, hay una hora de meditación y luego una tarea asignada. A menos que decidas hacer ayuno y oración, se servirá el desayuno a las 7:00 am, luego podrás terminar tus quehaceres y realizar una caminata sola o acompañada por los hermosos jardines de la institución, así tendrás tiempo para reflexionar en las maravillas de nuestro Señor; el almuerzo se sirve a la una menos quince minutos, luego podrás escoger una actividad para realizar en la tarde. No se sirve cena, si deseas hacerlo deberás cenar frutas de los árboles de nuestro jardín trasero y algunos panecillos que hayan en el comedor. Y por último, y más importante, la hora de dormir es a las ocho menos quince, ni antes ni después, luego de esa hora nadie, absolutamente nadie debe estar fuera de su habitación. ¿Alguna pregunta?
– Si Madre, quisiera saber…
– Cualquier duda que tengas – interrumpió la Madre superiora – podrá ser aclarada por la hermana Rita, ahora si me disculpan.
– Con permiso – dijeron todas y se retiraron.
   Estando en el jardín la hna. Rita le comenta:
– No te preocupes Samanta, solo lo hace por mantener la disciplina, la madre superiora no es cruel.
– Si hija – agregó la hna. Concepción – lo de los quehaceres es por mantenernos ocupados, no podemos estar todo el día medita que medita, caeríamos en el ocio.
– descuiden hermanas – dijo Samanta – pero quisiera saber a que se debe esa extraña hora de dormir, parece un toque de queda.
   Las monjas se pusieron nerviosas y solo dijeron: “son reglas del Convento” y se despidieron de la joven recién llegada.

   Samanta caminaba por las instalaciones del Convento, después de todo era su hora de meditación. El sol comenzaba a salir. Al cruzar vio a dos jóvenes jugando con un balón.
– Al fin, personas normales – dijo ella, y fue a saludarles – Buenos días caballeros.
   Los chicos detuvieron el juego y se quedaron mirándola un rato, Samanta los detallaba, uno de ellos, el mas alto, era bien parecido, cabello rubio y piel clara, vestía un jean y una sudadera; el otro muchacho era mas bajo, cabello y ojos negros, un poco gordito para su tamaño, vestía un pantalón y una camisa manga larga. El chico rubio se le acercó.
– Eres la chica nueva ¿cierto?
– Si, me llamo Samanta.
– Soy Ricardo, y él es Adrián – dijo él señalando a su rechoncho amigo, mientras este se acercaba lentamente.
– Hola – dijo tímidamente Adrián.
– Debes disculparlo – repuso Ricardo – se pone muy tímido cuando está frente a una chica hermosa.
– Oh gracias – respondió Samanta sonrojándose un poco, y vio que Adrián también lo hacía.
– ven, acompáñanos, te mostraremos el lugar – intervino Ricardo.
– Esta bien, ¿Cuánto tiempo llevan aquí? – preguntó Samanta.
– Yo llevo dos años y Adrián unos meses – respondió
– y ¿por qué están ustedes aquí?... si se puede saber, claro.
– la verdad es que… – susurraba Ricardo – nos escapamos de prisión.
   Samanta se paralizó y murmuró
– ¿en serio?
– Claro que no – reía burlonamente – Vivo en el pueblo y me estoy quedando aquí desde que… (hizo una pausa) …desde que mis padres murieron, el padre Vicente es muy amigo de mi familia y me trajo para acá.
– Oh cuanto lo siento – respondió Samanta, y al ver sus rostros de confusión se apresuró a decir – me refiero a la perdida de tus padres, no al hecho de vivir aquí… ¿y tu Adrián? ¿Por qué estás aquí?
   Adrián abría su boca pero Ricardo se le adelantó diciendo:
– Él quiere ser seminarista ¿puedes creerlo?
– No le veo nada de malo – aclaró Samanta – me parece bien que quieras servirle a Dios de esa forma.
   Adrián asintió con la cabeza, sin embargo Samanta pudo notar que Ricardo le hacía una señal con los ojos al mismo tiempo que daba media vuelta y se iba.
– Nos vemos Adrián – logró decirle Samanta antes de perderlo de vista.
– No te fijes, es muy tímido – repuso Ricardo.
– Pero así no podrá ser un seminarista, ¿Cómo predicará si tiene miedo de hablar en público? Me pregunto si habla, nunca escuché su voz, excepto por aquel “hola”
– jajaja – se burlaba Ricardo – claro que habla, ya lo conocerás mejor, ¿te gustaría dar un paseo?
   Samanta volvió a tener ese sentimiento de desconfianza, quería decirle que no pero no sabía como decírselo. En eso sonó la campana indicando que el desayuno se iba a servir.
– Debo cambiarme, disculpa – dijo ella y fue a su habitación.
– Vaya mañanita – se dijo a si misma – tranquila Samanta que apenas comienza el día.
   Vio la manzana en su gavetero y buscaba un lugar donde botarla pero no había ninguna papelera, así que se la llevó al comedor decidida a botarla luego, estaba decidida a no comérsela.
– Samanta, siéntate con nosotros – le gritó Ricardo cuando ésta entraba al comedor del Convento.
– Mantenga el orden y coma en silencio joven – reprochó una monja.
– Samanta se sentó con sus nuevos compañeros y la comida se empezó a servir.
– Hoy tenemos para desayunar, pastel de manzanas – dijo la monja encargada de servir.
– Definitivamente, hoy no es mi día – dijo Samanta – mientras agachaba su cabeza entre sus brazos.
   Pero al levantarla de nuevo una chica frente a ella la observaba con una mirada fulminante, cuando esta se dio cuenta de que Samanta se había percatado de su presencia, la misteriosa chica frente a ella sonrió con una mirada malévola, dio la vuelta y salió del salón.
   Samanta miró a su alrededor, nadie pareció haber notado su presencia, levantó una cucharada del pudín, pero antes de llevársela a la boca, vaciló, y decidió no desayunar.
– No probaré nada de manzanas – pensó ella – desde este momento la manzana es mi fruta prohibida.

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