martes, 15 de enero de 2013

LA LEYENDA DE SAN AGUSTÍN - Capitulo 14 "El Funeral"



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emprano en la mañana, todos en el Convento San Agustín se preparaban para ir al funeral, el viento ya no soplaba como antes, las flores del jardín ya no daban sus agradables fragancias, ahora solo eran cunas de insectos. El día avanzaba lentamente, y el ambiente que se respiraba era de duelo y soledad, y allí mismo la Hna. Concepción se alistaba mientras ayudaba a otra monja con el desayuno.
– De prisa – dijo ella – tenemos que tener todo listo antes que comience la misa.
– ¿Por qué no le hicieron un funeral a la hermana Rita? – preguntó la otra monja.
– su familia vino a buscar su cuerpo – respondió – ellos le dieron cristiana sepultura.
– ¿No te parece extraño que habiendo varias muertes en estos días, la policía no se ha dignado en dar la cara, solo vienen para llevarse los cadáveres.
– ¿Qué está insinuando hermana?
– Oh nada, solo que me parece extraño.
– pues a mi también, pero supongo que es porque ni la Madre Superiora ni el Padre Vicente quieren formar un escándalo, ni dañar la reputación del Convento.
– ¿Cuál reputación? Si por estos lares solo se habla de la Leyenda esa de San Agustín.
– bueno, pero sabemos que son solo cuentos de camino.
– Yo seré muy religiosa hermana, pero de que vuelan, vuelan.
– pero ¿Qué clase de fe tiene Ud.?
– no se trata de fe, sino de decisiones, por ejemplo ¿Por qué el Padre Vicente viene muy poco por aquí? ¿Cuándo fue la última vez que vino?
– No recuerdo, hace seis meses me parece, tal vez más.
– Exacto, y con estas misteriosas muertes ¿no cree que ya debería haber dado la cara? Después de todo este es su Convento.
   Las campanas sonaron en ese momento, indicando que la misa y el funeral iban a comenzar. Las dos monjas, terminaron y empacaron la comida y se dirigieron a la capilla. Al llegar allí había mucha gente, al parecer todos los residentes y hospedados en el Convento asistieron. El Padre Camilo dirigió la eucaristía.
– Hoy estamos reunidos para darles el último adiós a estas nobles personas que sirvieron a Dios y al prójimo…
– Pobre hermana Isabel – comentó un sacerdote – era tan joven y venir a acabar así.
– ¡Esto es absurdo! – exclamó de pronto uno de los presentes – No se le puede dar cristiana sepultura a una persona que se haya quitado su propia vida, eso es pecado mortal.
   Todos empezaron a murmurar y la bulla reinó el ambiente.
– Orden hermanos, les pido silencio por favor – decía el Padre Camilo.
– la hermana Isabel nunca se suicidaría – gritó la hna. Concepción – yo la conocía bien y sé que nunca haría algo así, ella fue forzada a hacerlo.
   El silencio volvió en un segundo, todas las miradas se posaron asombradas en la Hna. Concepción.
– ¿Cómo está Ud. Segura de eso? – le preguntó un clérigo.
– Yo… yo solo… solo lo supuse, pues sé que ella no atentaría contra su vida – titubeó ella.
– Hijos míos – intervino el Padre Camilo – no estamos aquí para juzgar a nadie, solo queremos que sus almas descansen en paz.
– suponiendo que ese tal Matías tuviera alma – murmuró otro de los clérigos.
– ¿Van a seguir con lo mismo?
– Estas dos personas merecen ser recordadas como hijos de Dios.
– Continúe Padre, no les haga caso, al parecer no tienen a Dios en sus corazones.
   La misa continuó y todos volvieron a sus asientos, para despedir por última vez a la hna. Isabel y Matías, victimas aparentes de un homicidio/suicidio. Pero debido a las extrañas circunstancias y la creencia de algunos de la Leyenda de San Agustín, muchos ponían en duda esa conclusión y daban por sentado que se trataba de la “maldición” de la leyenda. La hna. Concepción miraba a todos lados mientras se preguntaba: ¿Cómo estarán Samanta, Adrián y sobretodo Ricardo? ¿Dónde estará la Madre Superiora que no hizo acto de presencia en el funeral de su propio hermano?
   En ese instante logró divisar, allá detrás de unas figuras de santos, en la parte derecha de la capilla, a Estefanía quien se asomaba de vez en cuando para observar sin ser vista. La hna. Concepción se levantó de su asiento y se dirigió al lugar donde vio a la chica, pero al llegar allí ella no estaba, miró a todos lados y no había señales de Estefanía, excepto por un papel tirado en el suelo, la monja lo levantó y leyó en voz de susurro lo que decía: “Samanta aun vive, pero los demás corren peligro.”

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