martes, 15 de enero de 2013

LA LEYENDA DE SAN AGUSTÍN - Capitulo 17 "Se cae la capucha"



R
icardo ¿estás bien? – preguntó Samanta desde afuera, se asomó por la rendija de la puerta y vio a Ricardo colgando del techo luchando por zafarse.
– ¡Guardias! ¡Abran la puerta! – le dijo ella a los vigilantes.
   Adrián aun estaba adentro, a punto de ser descubierto, ya no tenía salida.
   La puerta se abrió y los guardias cargaron a Ricardo para impedir que la gravedad siguiera haciendo estragos en él, rápidamente lo zafaron, Ricardo aun vivía y respiraba con dificultad.
– Ad… Adr… –  tartamudeaba Ricardo.
– No digas nada – dijo Samanta – te vas a poner bien.
– quis… mat… Adr…
– No estoy de acuerdo con lo que hiciste Ricardo, hiciste mucho daño, pero esa no es razón para querer suicidarte, Dios aún te ama.
   Ricardo perdió el conocimiento y los guardias junto con Samanta se lo llevaron a la enfermería del Convento. Minutos después, Adrián salía debajo de la cama, con precaución de no hacer ruido, se asomó en la rendija de la puerta, no había nadie cerca, era su oportunidad de salir, lentamente giró la perilla y abrió la puerta. De repente, Samanta lo empujó hacia dentro nuevamente.
– ¿vas a algún lado? – le preguntó ella.
– ¿Yo? No, vine a ver a Ricardo – respondió rápidamente Adrián mientras tragaba saliva.
– No me digas, pero no te vi entrar.
– es que acabo de llegar y…
– ¡Es suficiente! – exclamó repentinamente Ricardo, mientras entraba y trancaba la puerta tras sí – ya lo sabemos todo.
– ¡Ricardo! – dijo asombrado Adrián – ¿Tú no estabas…?
– ¿agonizando? ¿muerto? – le interrumpió Samanta.
– per… pp… pero ¿Cómo?
– Toma asiento Adrián – le dijo Samanta ofreciéndole la silla tirada en el suelo – te diré lo que pasó y como sé que eres el asesino de las monjas, ¿se te ofrece una manzana? – le dijo irónicamente sacando una y lanzándosela en sus manos. Adrián ahora se tornó serio. Ricardo se recostó a la puerta y se cruzó de brazos y dijo:
– “es una gran historia”
   Samanta comenzó a hablar.
– Hasta ayer, pensé que Ricardo era el autor intelectual de estas tragedias, todo apuntaba a él, y sobretodo cuando la Madre Superiora dijo que manipulaba a la gente, haciendo que hagan su voluntad, realmente Ricardo encajaba perfectamente en ese perfil. Sin embargo, cuando llegué al Convento salí a caminar un rato, tenía muchas dudas en la cabeza, algo no encajaba, no entendía como hizo para llevar a las hermanas Rita e Isabel al borde de la desesperación, ni tampoco como convenció a Estefanía a darle la manzana envenenada a Matías, a pesar de haber caído yo en el mismo truco solo la mordí, si, tipo Blanca nieves, y a ti no logró convencerte cuando tu siempre hacías lo que Ricardo te pedía.
– Matías era un tonto – interrumpió Adrián – creía que podía curar a su hermana loca y que podía cambiar las reglas.
– reglas absurdas, lo sé – comentó Ricardo – pero fueron hechas para evitar las reuniones clandestinas que se hacían en el siglo XIX, reuniones donde varios clérigos decidieron matar a San Agustín, pero tu ya sabias eso, ¿verdad?
– Por supuesto – respondió Adrián – sé también que esos clérigos fueron quemados en la hoguera. Todos ya sabíamos que San Agustín no murió ahorcado, sino envenenado con altas dosis de psilocina, un químico que hace que te rías y alucines mientras tus órganos se te mueren.
– Exacto, y te basaste en eso para envenenar a Matías quien curiosamente era muy parecido a San Agustín.
– ¿y tu punto es…?
– Mi punto es que armaste un terror completo, aprovechándote de la leyenda, el toque de queda, las supersticiones de algunos y de las manzanas. Debo aceptar que lo de las manzanas fue inigualable, casi creí que me perseguían y después me di cuenta que cada vez que veía una manzana extrañamente junto de mí, tu estabas relativamente cerca.
   Adrián sonrió burlonamente y dijo:
– esa estuvo buena, quería jugar con tus miedos.
– ¿y como sabias que comenzaba a temerle a las manzanas?
– tu mirada lo decía, recuerda que me fijo en todo – decía Adrián – y estuve a punto de volverte paranoica.
– Lo sé – dijo Samanta – pero rebobiné y supe que Ricardo nunca tuvo la manzana envenenada que yo mordí, el sacó una normal de la fuente y en el momento en que forcejaste con él, aprovechaste para sustituir la que tenía en su bolsillo por la envenenada.
– hablando de fuente – intervino Ricardo – ¿Cómo hiciste que la fuente funcionara de nuevo?
– siempre ha funcionado – respondió burlonamente Adrián – todo un siglo había tenido la tubería tapada, yo solo la destapé y la encendí en el momento oportuno.
– Cuando estábamos investigando si la leyenda era cierta, cuando nos castigaron en la mazmorra.
– mazmorra que ya conocías bien, y comenzaste a hacerte amigo de Estefanía y jugar con su mente – agregó Samanta – fue así como hiciste que la pobre muchacha envenenara a su hermano y nos encerrara, por eso cuando ella decía que él le tenía prohibido hablar de eso se refería a ti.
– jaja – reía Adrián – fue un gran logro ¿cierto? Estefanía los encerró mientras yo me encargaba de la hermana Isabel.
– ¿eras tu el que la perseguía? ¿eras tú el que sollozaba? Ah! Ya veo, también lo hiciste cuando estábamos en la mazmorra a oscuras, pero lo de la madera tallada…
– también la hice yo – completó él – no es muy difícil y la madera no estaba tan podrida como parecía.
   En ese momento Adrián se puso de pie y dijo:
– Aun no me dicen como planearon esto.
– Ayer mismo – respondió Samanta – hablé con Estefanía y me contó lo que le decías y supe como jugabas con su perturbada mente, luego fui a hablar con Ricardo y te descubrimos, sabíamos que te aprovecharías de su depresión, sabiendo que era inocente pagaría por tus crímenes, así que planeamos este show, dime que no quedó bueno, acordamos que Ricardo fingiría seguir tus órdenes y se ahorcaría, él sabía como colocar la soga de tal manera que no causara estrangulamiento, y era parte del plan que yo llegara a tiempo para soltarlo y atraparte in fraganti.
– pero no lo hicieron – se burlaba Adrián – nadie me vio y no lo podrán contar porque acabaré ahora mismo con ustedes dos.
   Adrián se levantó y sacó dos jeringas con veneno, pero antes de inyectárselas a los jóvenes, la policía entró, luego de haber escuchado toda la confesión, Adrián fue esposado de inmediato, la Madre Superiora llegaba y antes de que se lo llevaran le preguntó:
– ¿también manipulaste al Padre Vicente para que me diera órdenes por teléfono?
   Adrián se acercó a ella y susurrándole al oído le confesó:
– Yo le ordenaba a Usted, yo soy el Padre Vicente.
– eso es ridículo
– Yo maté al Padre Vicente hace meses, puede desenterrar su cuerpo en el jardín trasero para comprobarlo, yo me hice pasar por él en el teléfono ¿verdad que imito bien su voz?
– pero, ¿de donde llamabas?
– ni se imagina lo que se puede encontrar en la mazmorra – respondió Adrián.
   La Madre Superiora perdía el equilibrio y sentía que sus pies no le daban más, Ricardo y Samanta la tomaban para que no cayera, todos veían como Adrián iba escoltado hacia una patrulla de la capital, la leyenda había terminado, aunque el Convento San Agustín ya no volvería a ser como antes.
   Esa misma noche, mientras todos dormían, una manzana roja rodaba por la grama del jardín central hasta chocar con la fuente de agua, al mismo tiempo que ésta se encendía de nuevo.

FIN.

No hay comentarios:

Publicar un comentario