martes, 15 de enero de 2013

LA LEYENDA DE SAN AGUSTÍN - Capitulo 11 "La identidad de Matías"



E
ntonces tú eres el famoso Padre Vicente – le dijo Samanta a Matías con una mirada de ira.
– No, déjame explicarte…
– No tienes que explicar nada, ahora lo entiendo todo, me trajiste aquí, nunca te han visto y eres el padre de Estefanía.
– No tienes derecho a hablarle así – repuso la Madre Superiora.
– ¿Quién es Estefanía? – preguntó la hna. Isabel que aun no salía de su confusión.
– es una muchacha que vive en la mazmorra – respondió Adrián
– ¿en serio? ¿Existe una mazmorra? ¿y para que?
– Deje de inmiscuirse hermana Isabel – dijo fuertemente la Madre Superiora – por favor retírese y déjeme a solas con estos jovencitos.
– Con permiso – dijo la joven novicia y se retiró, cerrando la puerta tras sí, pero observando a través de la rejilla.
– Han llegado demasiado lejos – dijo la máxima autoridad del convento – están en un grave peligro.
– ¿De que habla? Ya sabemos quien es el Padre Vicente, y todavía tiene el descaro de llamarse Padre, no es mas que un…
– Mida sus palabras jovencita – le interrumpió ella.
– Samanta ¿me permites? – intervino Matías mientras le invitaba a tomar asiento – Ven y te explico, pero a solas – aclaró mientras miraba a Adrián.
– De ninguna manera – respondió Samanta – Adrián se queda, ahora dime ¿Por qué encerraron a Ricardo?
– pero ¿De que estás hablando? Yo no encerré a nadie, ni soy el padre de nadie, ni mucho menos soy el Padre Vicente – dijo Matías un poco alterado.
– ¿entonces?
– Escucha, primero que todo, mi nombre sí es Matías, no soy sacerdote ni cura ni nada de eso, solo soy amigo del Convento, soy hermano de sangre del Padre Vicente… y también… de… de la Madre Superiora.
– ¿la Madre Superiora y el Padre Vicente son hermanos?
– así es, y yo soy el tercero
– ¿Por qué no me lo dijiste cuando nos conocimos?
– es un secreto que muy pocos lo saben, además no me he llevado en buenos términos con mi hermano mayor, y aunque mi hermana ha servido de puente entre nosotros dos, mi visita a este convento es casi restringida.
– Ahora entiendo – dijo Adrián – ustedes apoyan el cinismo del Padre Vicente y su hija secreta e ilegitima.
– ¿Cuál hija ilegitima? – preguntó Matías
– Estefanía, la chica que mantienen oculta en la mazmorra, ella es la hija del Padre Vicente ¿cierto?
   Matías lanzó una carcajada fuerte que hizo que Samanta y Adrián se molestaran un poco.
– No mis hijos – dijo él – Estefanía no es ninguna hija de Vicente, es nuestra hermana, la menor.
– ¿son cuatro hermanos?
– Así es – dijo la Madre Superiora – Estefanía tuvo problemas al nacer, nuestra madre murió dándola a luz, y la pobre niña estuvo varios  minutos  sin  aire  y  quedó  muy  mal,  su  cerebro no recibió el suficiente oxigeno, así que me la traje al Convento, pero nunca quiso vivir con nosotros, siempre se iba a la mazmorra, y me dijo que quería vivir allí, Vicente y yo estuvimos de acuerdo y la dejamos, siempre le llevaba comida, pero un día me dijo que ella misma buscaría su comida, Estefanía es muy escurridiza y muy pocos en el Convento la han visto.
– Ella nos contó otra historia muy diferente.
– y supongo que ustedes le creyeron – dijo Matías – así como creyeron en esa tonta leyenda.
– No es tan tonta, teniendo en cuenta que Ud. se parece mucho al Padre Agustín – mencionó Adrián.
– La verdad es que nunca creí en esa leyenda – aclaró Samanta – pero sabía que alguien quería manipularnos.
– ¿Manipularlos? – preguntó asombrado Matías – nadie quiere manipularlos, sé que soy muy parecido a San Agustín, pero nunca me prestaría para esos juegos de asustar a la gente.
– y a todas estas ¿Por qué Ud. Se peleó con el Padre Vicente?
– por Estefanía, yo quiero internarla en un Sanatorio, un lugar donde puedan tratarla bien y darle un tratamiento, pero él insiste en que se quede aquí.
– Ya veo, entonces si ustedes no encerraron a Ricardo ¿Quién lo hizo?
   Todos quedaron mirándose unos a otros, hasta que Samanta dio con la respuesta, solo una persona sabía que Ricardo estaba encerrado, solo una persona venía supuestamente de parte de él.
– ¡La hermana Isabel! – exclamó ella – definitivamente fue ella, pero ¿Por qué lo haría?

   Rápidamente abrieron la puerta, no había nadie por allí cerca, aunque estaban seguros que minutos antes la Hna. Isabel estaba curioseando a través de la rejilla de la puerta. La noche había caído ya, y faltaban pocos minutos para dar el toque de queda, la Madre Superiora dio por finalizada la conversación y les ordenó a Samanta y Adrián regresar a sus habitaciones.
– Aun no nos dice la razón de este tonto toque de queda – dijo Samanta.
– En otra ocasión – respondió la Madre Superiora.
   Pasaron unos cuarenta minutos, eran más de las 8pm, Samanta estaba en su habitación cuando oyó un gemido, era el mismo llanto melodioso que escuchó la noche en que mataron a la Hna. Rita. De inmediato se asomó por la rejilla de su puerta y vio a la Hna. Isabel corriendo mientras un monje, cuyo rostro se ocultaba por la capucha, la perseguía. A Samanta no le importaron las reglas ni el toque de queda, estaba decidida a salir, giró la perilla de la puerta pero esta no abría, alguien la había encerrado al igual que su amigo Ricardo; volvió a asomarse a la rejilla y gritaba, pero al parecer nadie la escuchaba, nuevamente vio a la hna. Isabel pasar frente a su puerta desesperada gritando:
– ¡Ayúdenme, alguien que me ayude, me quiere matar! – decía la joven novicia, mientras el extraño monje caminaba lenta y tétricamente detrás de ella, Samanta no pudo reconocerlo, pero sin duda alguna era él quien lloraba y cantaba al mismo tiempo, un asesinato ocurriría frente a ella, y Samanta no podía hacer absolutamente nada para impedirlo, seguía encerrada.

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