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ue están haciendo
aquí? – preguntó una voz femenina
– ¡Madre
Superiora! – dijo Samanta mientras recobraba el aliento – es usted,
discúlpenos, nos ha espantado.
– en gran manera –
acotó Adrián mientras se sentaba.
– nos dio un susto
tremendo, pensamos que era el Padre Agustín…
– ¿el Padre
Agustín? – interrumpió – ¿Qué barbaridades están diciendo? Aun no me han dicho
que estaban haciendo aquí – exclamó la Madre Superiora, un poco alterada y
aumentando el tono de su voz dijo: – Han cometido una falta grave, muy grave, y
recibirán su castigo.
– ¿castigo? Pero
Madre…
– Todos ustedes
sabían perfectamente las normas de esta institución, así que nadie será tomado
como inocente.
– Discúlpenos por
favor, no volverá a suceder – dijo Samanta
– No puedo creer
que estuvieran en estas – comentó la Madre Superiora – especialmente tu
Samanta, quien vienes de una situación amarga, y tu Adrián quien siempre has
sido aplicado y fiel a nuestras normas, tu también Ricardo, quien has sido gran
amigo del Padre Vicente y este Convento te ha abierto las puertas.
Los chicos bajaban la mirada en señal de
arrepentimiento.
– No quisimos
causar molestias – dijo Ricardo – solo queríamos investigar esa leyenda…
– ¿y van a seguir
con la leyenda esa? ¿Hasta cuando? Este es un lugar para encontrarse con Dios,
no con absurdas leyendas de curas muertos.
– Lo sentimos
mucho
– Disculpa
aceptada, ahora irán a sus habitaciones y mañana se les impondrá su respectivo
castigo, Buenas noches.
– pero Madre…
– ¡Buenas noches
dije!
Cada uno volvió a sus respectivas
habitaciones, sin embargo la Madre Superiora echó un vistazo a la fuente la
cual funcionaba perfectamente, vio una manzana dentro de ella, la tomó y la
guardó en el bolsillo de su hábito. Mientras ella se alejaba de vuelta a su
oficina, las aguas de la fuente se apagaban lentamente hasta quedar como antes,
extinguidas.
Al otro día, los tres chicos amonestados se
encontraban a temprana hora en la oficina de la Madre Superiora, esperando su
castigo.
– ¿Qué creen que
nos harán? – preguntó Adrián
– No lo sé – dijo
Samanta – con tal y no hayan manzanas, odio las manzanas.
– Vamos, no es
para tanto – intervino Ricardo – solo porque habían algunas en la fuente, igual
que hace años cuando mataron a…
– Ya basta ¿si? –
interrumpió Samanta – no sigas con eso.
La Madre Superiora llegó y de una vez dictó
su veredicto.
– He consultado
con el Padre Vicente sobre su situación, y hemos decidido que ustedes pasarán
todo el día en la mazmorra.
– ¿una mazmorra?
¿nos van a amarrar en un calabozo?
– Claro que no, no
estarán amarrados, allí tendrán que limpiarla, sacudirla, ordenarla y de paso
les dará tiempo para reflexionar sobre sus actos, acompáñenme por favor.
Salieron de las instalaciones del Convento y
se dirigieron al jardín trasero, mas allá de los árboles frutales y las plantas
usadas para el consumo del instituto, se encontraba una puerta en el suelo,
parecía uno de esos refugios de la época de guerras o de algún plan de evacuación.
La Madre Superiora abrió el candado, quitó las cadenas y todos bajaron a través
de una escalera que conducía hasta el fondo. No había mucha luz allí dentro.
– Henos aquí –
dijo la Madre Superiora – se les levantará el castigo en horas de la tarde,
hasta entonces serán privados de cualquier tipo de alimentos.
Luego de partir la Madre y haber trancado la
puerta, los muchachos comenzaron a ver a su alrededor, estaba muy sucio, unos
estantes oxidados, las paredes llenas de polvo, más que una celda, parecía un
refugio abandonado, sin embargo vieron unas escobas, coletos y varios tobos de
agua, dejados intencionalmente para cumplir su castigo y limpiar el lugar.
– Manos a la obra
– dijo Ricardo.
– Pasaré todo el
día sin comer, no puedo creerlo – acotó el joven y rechoncho Adrián.
– Tranquilo Adrián
– le consoló Samanta.
Los chicos se dividieron para encargarse de
una parte diferente de dicha mazmorra. Ricardo fue con un trapo y una escoba
hacia los estantes, Adrián tomó una esponja y otra escoba para limpiar las
paredes, y Samanta con tobo y coleto en mano, fue al rincón trasero, donde
había ropas viejas, libros rotos, lámparas dañadas, etc. comenzó a tomarlos y
colocarlos a un lado, en eso ella vio un ladrillo sobresaliente cerca del piso,
se inclinó para agarrarlo pero estaba rígido y aun pegado a la pared, así que
lo empujó hacia ella,
y de repente, un
aparatoso ruido se escuchó, toda la mazmorra se sacudía y la pared cuyo
ladrillo sobresalía comenzaba a moverse al mismo tiempo que Ricardo y Adrián
venían a ver que ocurría.
– ¿Qué hiciste
Samanta?
– no lo sé, solo
tomé ese ladrillo.
En efecto, la pared se abrió en dos
literalmente, y dejaba relucir una entrada a lo que parecía ser un pasadizo
secreto.
– ¿entramos?
– esperen, ¿y si
es una trampa? – comentó Adrián
– ¡que mas da!
Quiero ver que hay allá – respondió Ricardo
– Hoy será un
largo día – murmuró Samanta.
Y los tres, entraron al oscuro pasaje
cruzando el otro lado de la puerta secreta de la mazmorra, ¿Qué cosas
descubrirían?, realmente no se lo esperaban pero sea lo que sea se
sorprenderían.
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