martes, 15 de enero de 2013

LA LEYENDA DE SAN AGUSTÍN - Capitulo 13 "La Manzana"



L
a campana sonó y la fuente volvió a funcionar, algo extraño estaba ocurriendo, todos se despertaron por el ruido del campanario, algo grave y extraordinario debía estar ocurriendo para que las campanas del Convento San Agustín hayan sido sonadas en la noche después de la hora de dormir. La Madre Superiora llegaba despavorida.
– ¡Madre Superiora! – exclamó solloza la hna. Concepción – hubo otra desgracia.
– ¿Qué sucedió?
– es Matías – dijo Ricardo – lo encontramos muerto en la fuente.
– y eso no es todo – agregó Samanta – la hermana Isabel está ahorcada en su habitación.
– ¡Bendito sea Dios! – exclamó el Padre Camilo quien venía llegando
– ¿Dónde está Estefanía? – preguntó la Madre Superiora.
– No lo sabemos
– Debo encontrarla inmediatamente – afirmó ella y rápidamente se retiró.
    Varios monjes llegaron soñolientos, despertados por las campanas, algunas monjas venían a ver lo que había ocurrido, sin embargo Samanta se hacía una pregunta: ¿Quién tocó la campana?
   Inmediatamente muchas dudas invadieron sus pensamientos ¿Por qué la Madre Superiora se preocuparía mas por saber donde está Estefanía que por su hermano muerto? ¿Por qué la policía no investigaba nada? ¿Existe de veras el Padre Vicente? Estas eran las inquietudes que se formulaba Samanta.

   Entre tanto, Ricardo tomaba una de las manzanas tiradas en la fuente y se la ofreció a ella.
– ¿estás loco? – dijo Samanta – No comeré esa manzana
– Vamos, se ve deliciosa, además estaba en la fuente.
– junto a un cadáver.
– pero que paranoica eres – dijo el llevándosela a la boca – te mostraré que solo es una fruta normal.
– ¡No lo hagas! – intervino la hna. Concepción – esa manzana puede estar maldita.
– por favor hermana ¿Usted también?
– Ricardo déjala – agregó Adrián – es evidencia de un crimen.
– pero que cobardes son todos ustedes.
– ¿A quien llamas cobarde? – preguntó Adrián alterado.
   Por primera vez Adrián daba muestras de exaltación.
– A ti – le respondió Ricardo, no te atreves a comerla
– He comido muchas manzanas – repitió Adrián
– No le hagas caso – mencionó Samanta, y dirigiéndose a Ricardo le preguntó – ¿Cuál es tu problema?
– ninguno, solo que desde que conozco a este muchacho – dijo señalando a Adrián – siempre hace lo que le digo, y ahora viene con su rebeldía estúpida.
– Ya estoy harto – gritó Adrián – ya no seguiré con tu jueguito.
– ¿Cuál jueguito? – dijo Samanta – ¿Qué se traen ustedes dos?
– lo que pasa es que…
– Cierra la boca Adrián – interrumpió Ricardo – No digas nada – dijo mientras guardaba la manzana al bolsillo para intentar golpear a Adrián, Samanta lo detuvo.
– ¡Ahora veo! – exclamó ella – ustedes dos tienen algo que ver con estas muertes ¿verdad?
– No seas absurda Samanta, no estamos hablando de eso
– ¿Ah no? ¿y de que?
   Adrián respiró profundo y dijo:
– Ricardo tuvo un romance con Isabel
– ¿Isabel? – preguntó curiosa la hna. Concepción
– Si, la hna. Isabel, la joven novicia.
– Te voy a matar desgraciado – dijo Ricardo al mismo tiempo que se le lanzaba encima a Adrián – Samanta y la Hna. Concepción lograron separarlos.
– Es suficiente.
– eso fue antes de que se volviera novicia – dijo Ricardo fue hace años.
– Si, pero aun sentías algo por ella – le respondió Adrián limpiándose la sangre de su labio – por eso decidiste venir a este Convento.
   Ricardo sonreía cínicamente
– Ella no debió meterse a monja.
– ¿y por eso la mataste? – preguntó Samanta
– ¡Santa Madre de Dios! – exclamó la hna. Concepción
– pero que mayor estupidez – dijo Ricardo – yo no he matado a nadie, solo quería saber porque me terminó y si la dejé tan traumatizada como para meterse a monja.
– jajaja – rió Samanta – esa si que está buena
– esto es serio – me dolió mucho que se haya suicidado.
– ¿y como sabes que se suicidó? ¿y no fue asesinada?
–supongo que sí… yo que sé – dijo Ricardo nervioso
   Samanta comenzó a sospechar de Ricardo, algo en su historia no le cuadraba bien.
– es mejor que nos vayamos a dormir – sugirió ella – ya es muy tarde y como ven aun estamos vivos, así que abajo la maldición del toque de queda.
– ¿Aun sigues sin creer en la leyenda?
– y vas a seguir con lo mismo Ricardo – respondió – ¿Cuál es tu empeño en que yo crea en esa leyenda?
– ninguno
– ¿y entonces? Ya déjame en paz.
– pero ¿Por qué a la defensiva? Solo quiero probarte que el alma de San Agustín existe.
– pruébalo – le retó Samanta.
   Ricardo sacó la manzana que había guardado en su bolsillo y se la dio de ella.
– cométela, si la leyenda es falsa, nada te pasará.
– ¿Qué tiene que ver la Leyenda de San Agustín con la manzana?
– el Padre Agustín cosechaba manzanas – intervino la Hna. Concepción – aquí mismo las sembraba para luego regalárselas a los mas necesitados, dicen que él estaba recogiendo manzanas cuando fue asesinado.
– Por eso las manzanas regadas en la fuente junto a su cadáver – agregó Ricardo.
– pero, ¿no se supone que fue ahorcado? Pues tenía una soga en su cuello.
– Oh no hija – dijo la monja – San Agustín fue envenenado, la soga solo fue para despistar, en ese entonces no había forma de probar el veneno en la sangre, pero los forenses vieron en sus labios y ojos, signos de envenenamiento y no de estrangulamiento, su cuello lucía normal.
– eso no lo sabía yo – declaró Adrián
– ¿y nunca se supo quien lo mató? – preguntó Samanta
– No, nunca se supo.
– Ya no te vayas por la tangente – interrumpió de nuevo Ricardo – Te comes la manzana ¿si o no?
– Si lo hago, ¿dejarás la estúpida idea de la leyenda y el alma en pena de San Agustín?
– Trato hecho.
– No lo hagas – dijo Adrián – no tienes que probarle nada a ese traidor de Ricardo.
   Samanta recordó la nota de la hna. Isabel nuevamente: “Matías es un traidor”, sin embargo tomó la manzana, dio un respiro profundo y la mordió.
– ¿Ves? – dijo ella mientras masticaba – No pasa nada, ¿satisfecho?, ahora deja de molestarme y vete a…
   Sus palabras fueron interrumpidas, sus ojos se abrían al igual que su boca, Samanta comenzó a colorarse, un tono púrpura invadió su rostro, ella jadeaba y jadeaba y no podía hablar, Adrián gritaba pidiendo ayuda, la hna. Concepción la tocaba desesperada, mientras Ricardo permanecía inmóvil, una sonrisa recorría su cara, miraba fijamente a Samanta mientras esta caía al suelo.
– ¡Haz algo Ricardo! – gritó Adrián
   Pero Ricardo dio media vuelta y se retiró, al mismo tiempo que Samanta perdía el conocimiento.

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