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eben estar
perdidos – les dijo la extraña chica a los jóvenes castigados que aun no salían
de su asombro – ¿tienen la llave?
Los jóvenes aun seguían boquiabiertos,
especialmente Samanta, quien se apresuró a decir:
– ¿Quién eres tú?
– Soy Estefanía, y
vivo aquí
– ¿vives en esta
mazmorra?
– por supuesto que
no, vivo en el Convento
– pero… –
intervino Ricardo – yo llevo mas de dos años viviendo en el Convento y nunca te
había visto.
– eso es porque no
sabes buscar
– ¿acaso tendría
que buscar algo?
– No, lo que pasa
es que soy muy escurridiza – dijo Estefanía – puedo pasar muy desapercibida.
– ¿Cómo entras y
sales de este hueco? – preguntó Adrián
– Conozco estos
lugares como la palma de mi mano, síganme, les diré como salir.
Los chicos siguieron a Estefanía por los
laberintos de la mazmorra, volvieron a pasar por los trozos de madera corroída
y tallada, Ricardo se dirigió a Estefanía.
– ¿fuiste tu quien
escribió eso en la madera?
– para nada –
respondió ella – ni siquiera se tallar, esa madera es muy vieja y si tratara de
tallarla se desharía ¿me pueden decir que dice en ella?
– ¿acaso no lo has
leído?
– la verdad… es
que… yo… yo no sé leer ni escribir – confesó Estefanía
Todos
llegaron a una especie de portón que estaba oculto en la pared.
– por aquí saldrán
al jardín lateral – dijo – deben tener cuidado que no los vean, pues allí van
muchas monjas a caminar.
Pero antes de salir, Samanta detuvo el
portón y dijo:
– Estefanía, debes
contarnos todo lo que sabes.
– pensé que nunca
lo dirías – respondió ella, y se sentó en el suelo, invitándolos a que también
lo hicieran, después que todos se acomodaron cerca de la puerta secreta de la
salida, Estefanía comenzó a hablar.
“Realmente no recuerdo que día ni en que año
nací, me gusta celebrarlo el 10 de abril, Día del Convento san Agustín. La
Madre Superiora me crió, me trajo a vivir a este lugar, me dijo que nadie podía
saber de mi, y todos los días me traía alimentos hasta que cumplí 13 años, a
partir de entonces, ella cambió totalmente, diciéndome que debía buscar mi
propia comida, y debía ser invisible para los demás…”
– Espera un poco –
interrumpió Samanta - ¿Por qué la Madre Superiora te mantuvo oculta toda tu
vida?
– ¡Oh! ¿es que no
lo saben?
– ¿saber que?
Estefanía se acercó a los muchachos y en un
casi susurro dijo:
– Yo soy la hija
bastarda del Padre Vicente, la hija del pecado.
– ¿en serio?
– Así mismo
– ¿pero Quién te
dijo eso? – preguntó Adrián.
– ¿Quién mas va a
ser? La Madre Superiora
– No puedo creer
que la Madre Superiora te tuviese escondida todos estos años y te privara de
una educación – mencionó Ricardo – eso va en contra de sus principios.
– es decir, que la
Madre Superiora es tu madre biológica – dijo Samanta – por cierto ¿Cómo se
llama ella?.
– eso no lo sé, no
lo creo – respondió Estefanía – nadie sabe el nombre de la Madre Superiora, ella
siente un odio hacia mi, pero me contó una vez que mi madre murió cuando yo
nací, que era una joven novicia que tuvo un romance con el Padre Vicente y… ya
va… por favor, me tienen que jurar que no se lo dirán a nadie, el Padre Vicente
no debe enterarse jamás que ustedes saben de mi, ni mucho menos que saben que
soy su hija, si eso ocurre este Convento se vendrá a pique y el Padre Vicente
correría un gran peligro.
– ¿A que te
refieres?
– a que pueden
matarlo
– ¿Quién puede
matarlo?
– quien mas va a
ser, el alma en pena de San Agustín
– ¿también crees
en esa leyenda?
– pues claro,
¿ustedes no?, pues deberían porque él si los conoce y cree en ustedes.
– ¿De que hablas?
– Que San Agustín
me habla a veces y me dice lo que pasa por aquí, y me ha hablado de ustedes
tres, de que se están metiendo en un grave peligro por seguir investigando y
rompiendo las reglas sin tomar en cuenta las consecuencias, como la maldición
que puede caer sobre ustedes tres.
Unos pasos se oían cerca, Estefanía les dijo
que salieran inmediatamente y les abrió el portón, los tres jóvenes lo cruzaron
y siguieron el pasillo que los llevaría al jardín lateral, pero para su
sorpresa se encontraron frente a frente con la Madre Superiora, que con una
mirada furiosa les preguntó:
– ¿Cómo lograron
salir? ¿ya limpiaron la mazmorra?
El corazón de Samanta latía fuertemente,
Adrián estaba pálido y Ricardo tragó saliva y respondió:
– Si Madre,
estábamos en eso, pero…
– La vieron
¿cierto?, conocieron a Estefanía – interrumpió la monja y luego agregó – Ahora
nada será como antes, El Convento San Agustín derramará lágrimas de sangre.
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