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edia hora después
llegaba Estefanía a la puerta de Samanta quien aun seguía gritando.
– ¡Ábreme la
puerta! – le gritó Samanta
– ¿Qué sucede? –
preguntó Estefanía
– La hermana
Isabel está en peligro, la quieren matar.
– ¿Quién? Si no he
visto a nadie, te oí gritar y vine.
– ¿estás segura
Estefanía? ¿No viste a la hna. Isabel?
– No, nadie está
por aquí, recuerda la maldición
– no empieces con
eso, y ¿Por qué me encerraron?
– eso no lo sé,
¿Quién haría eso?
– la verdad es que
pensé que fue la hermana Isabel ya que actuaba muy sospechosa,… pero ahora que
vi que alguien la perseguía, ya no estoy muy segura.
– es la Maldición
– dijo Estefanía – el alma de San Agustín cayó sobre la hna. Isabel.
– eso es absurdo –
respondió Samanta – además aun no sabemos que pasó con ella, si aún está viva,
sigamos buscando.
Samanta y Estefanía fueron al jardín
lateral, no había nadie allí, así que se dirigieron al corredor principal,
vieron una habitación que tenía la luz encendida.
– Es la habitación
de la hermana Isabel – dijo Estefanía
– Aun tiene la luz
encendida – acotó Samanta.
Las
chicas se dirigieron a la puerta cuya luz salía por su rendija, tocaron pero
nadie contestó, Samanta giró la perilla lentamente, estaba abierta,
así que ambas
entraron y allí
mismo, en todo el centro de la
habitación, había un cuerpo colgando del techo, alguien se había ahorcado, una
monja yacía colgada del cuello y al darle la vuelta no hubo la menor duda: la
joven novicia Isabel estaba sin vida ahorcada con una gruesa soga. Una silla
estaba tirada a sus pies y junto a ella había una manzana roja.
– ¡Te lo dije! –
exclamó Estefanía – la maldición de San Agustín, la leyenda es cierta, la pobre
hna. Isabel fue victima por desobedecer las reglas.
Samanta aun estaba en shock, sentía que se
desmayaba pero un trozo de papel en la cama llamó su atención, lo tomó y lo
leyó.
– ¡Mira lo que
dice este papel! – exclamó – en letras mayúsculas se lee la frase: “MATÍAS ES UN TRAIDOR”
– ¿Matías es un
traidor? – preguntó Estefanía – ¿Por qué?
– Así que si sabes
quien es Matías.
– claro, es mi
hermano – dijo ella – es el único que me comprende y no me encierra como la
Madre Superiora.
– quien también es
tu hermana ¿cierto?
– ¡Cállate!, no
digas eso, ella no puede ser mi hermana.
– por supuesto que
lo es Estefanía, y ahora mismo me vas a decir cual es tu juego.
– ¿de que hablas?
¿Cuál juego?
– el que tienes tú
con Matías, no creas que no lo sé, para empezar dime ¿Por qué él se parece al
Padre Agustín?
– porque somos sus
descendientes y… – Estefanía se cayó tapándose la boca repentinamente – lo
siento, no debí decírtelo, yo no…
– Así que San
Agustín no era tan santo – mencionó Samanta – tuvo un hijo ¿con quien?
– No diré una
palabra más, él me tiene prohibido hablar de eso.
– ¿Quién? ¿Matías?
¿el Padre Vicente? ¿Quién es ese él?
– ¡Ya basta! –
gritó Estefanía mientras salía despavorida a gran velocidad hacia el jardín
trasero del Convento.
La noche avanzaba más, y Samanta fue a la
oficina/habitación de la Madre Superiora para informarle de la tragedia de la
hna. Isabel, tocó y tocó pero nadie respondió, así que se dirigió a las
habitaciones de los varones, al otro lado, para buscar a Ricardo y Adrián.
– Ricardo ¿estás
allí?
– ¿Samanta? – dijo
él – Gracias a Dios, ábreme, me han encerrado todo el día.
– ¿Quién te
encerró?
–No lo sé, fue
antes del desayuno, creo, cuando me di cuenta ya no podía salir, y todos se
habían ido.
– ¿y Adrián?
– debe estar en su
cuarto, vamos.
Ambos cruzaron la plazoleta y al llegar al
otro lado llamaron a Adrián.
– Adrián ¿estás
allí?
– muchachos, ¿Qué
están haciendo afuera a esta hora?
– abre la puerta
– no puedo salir
– ¿también te
encerraron?
– eso parece –
contestó él – no entiendo cuando, ni para que.
– A mi también –
dijo Samanta – escuché un llanto y cuando quise salir, estaba encerrada.
– ¿viste a
alguien?
– No lo van a
creer, pero la hermana Isabel se ahorcó en su habitación.
– ¿Cómo?
– ¿en serio?
– Estefanía y yo
fuimos a verla y la vimos, por cierto ella me confesó algo extraordinario,
resulta que el Padre Agustín, el San Agustín tuvo…
Un espeluznante grito interrumpió el
descubrimiento que Samanta intentaba contarles a sus amigos, los tres se
dirigieron al jardín central de donde provenía el grito, cuando llegaron,
vieron a la Hna. Concepción llorando cerca de la fuente.
– Hermana
Concepción – dijo Ricardo – ¿Qué hace por estos lugares a esta hora?
Ella seguía llorando mientras señalaba la
fuente, los tres jóvenes se acercaron y vieron un hombre vestido de monje,
maniatado de pies y manos, con una soga amarrada al cuello, inerte dentro de la
fuente. Era Matías, el hombre parecido a San Agustín yacía muerto de la misma
forma que el cura del siglo XIX. Unas manzanas rodeaban su cuerpo, Ricardo y
Adrián se miraron estupefactos mientras Samanta solo logró pronunciar las
palabras de la nota encontrada en la habitación de la hna. Isabel:
– Matías es un
traidor – susurraba ella – Matías es un traidor.
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