Y
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a todos
se habían retirado a sus habitaciones, la Guardia Real custodiaba el Castillo,
sin embargo en el Salón de Copas se encontraba el príncipe Albert,
completamente solo, sirviéndose un par de tragos, muchas cosas pasaban por su
mente: – Ámbar Drescher, eres muy hermosa – se decía a si mismo – ¿Por qué te
fijaste en Balduino y no en mi? – claro, es obvio, él es el heredero al trono –
no confío para nada en las mujeres como tú – yo podré estar enamorado de ti
desde Champittet, pero no permitiré
que te burles de mi hermano – por ti dejé mis estudios y mírame aquí, como un
tonto ordures despechado por tu
culpa, aun enamorado de ti maldita Ambar, pero ya no más, quieres meterte a
Balduino en el bolsillo y ser la futura Reina de Bélgica ¿verdad?, pues te digo
Ambar… sobre mi cadáver. Inmediatamente escuchó al Reloj del Castillo dar 12
campanadas como reforzando sus palabras.
Albert seguía hablando consigo mismo, bajo
los efectos del alcohol, luego de haberse desahogado, exclamó:
– Ahora
mismo se lo diré, Balduino sabrá que me gusta su novia – dijo mientras salía
del Salón de Copas y subía rumbo a la habitación de su hermano, al llegar a su
puerta se detuvo – mejor no, Balduino me odiaría por siempre si le confieso
eso, pero ¿Cómo haré para hacerle ver que ella no es de fiar?
– ¿se
le ofrece algo Alteza? – le preguntó uno de los guardias que transitaban el
interior del Castillo como parte de la vigilancia
– no,
solo quiero hablar con mi hermano – respondió Albert entrando en dicha habitación.
Para su sorpresa, estaba vacía, Balduino no
se encontraba en su recámara: – ¿me habré equivocado de habitación? – se
preguntaba Albert consciente de su ebriedad, rápidamente salió y quiso buscar a
aquel guardia de turno, pero tampoco lo halló.
– Algo
extraño está ocurriendo – se dijo Albert mas alarmado que nunca – no me
equivoqué, ese es su habitación, necesito un café.
Se dirigió a la cocina para servirse una
taza de café, debía hacerlo él mismo ya que los criados dormían. – muy eficiente
esa Martine – comentaba él al descubrir que había café hecho y listo para
servirse.
Repentinamente escuchó unas voces que
provenían de atrás de la cocina, y se acercaban aun más, Albert se escondió
como pudo, ya que el Castillo siempre permanecía iluminado toda la noche, se
ocultó detrás de un estante mientras escuchaba a un hombre y una mujer
discutir, pudo reconocer la voz femenina, sin duda alguna era Ambar, la voz
masculina le pareció la de un caballero americano, atento escuchó su
conversación:
– no
puedo creer que hayas logrado entrar – decía ella – ¿Cómo hiciste con los
guardias?
– soy
amigo de uno de ellos – respondió el caballero – me dejó entrar, hace un frío
infernal allá afuera
– aun
así es arriesgado, ¿trajiste lo que te pedí?
– aquí
lo tienes Gracy
– baja
la voz Rick, aquí las paredes pueden tener oídos, salgamos antes que uno de los
guardias internos te vean.
Un silencio reinó por un instante, ya no se
oían voces, Albert esperó un rato más detrás del estante hasta estar seguro que
ya no se escuchaba nada, al salir efectivamente no había nadie, caminó
hasta
la puerta trasera de la cocina que da al patio central, no había rastro de la
pareja.
– ¿lo
habré imaginado? ¿Quiénes son Gracy y Rick? El alcohol no me sienta bien –
murmuraba.
Albert salió tambaleándose de la cocina y se
dirigió al pasillo central rumbo a su recámara, pero de pronto, al pasar por la
Sala Real, la puertaventana del jardín se abrió estrepitosamente al mismo
tiempo que Balduino entraba por ella, tenía un semblante pálido cuando
pronunció una extraña palabra:
– Apo…
Apol… limia – tartamudeó él temblando aún de frio.
Albert dio un brinco y exclamó:
–
¡Balduino! ¿Qué hacías afuera a esta hora y sin abrigo?
– Apolimia – repitió éste – Fe… Felipe
está mu… muerto afuera, ddd… dice Apol… Apolimia
–
¿Felipe muerto? ¿y quien es Apolimia?
Pero Balduino temblaba aún más hasta que
perdió el conocimiento allí mismo frente a su hermano.
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