L
|
a campana sonó y
la fuente volvió a funcionar, algo extraño estaba ocurriendo, todos se
despertaron por el ruido del campanario, algo grave y extraordinario debía
estar ocurriendo para que las campanas del Convento San Agustín hayan sido
sonadas en la noche después de la hora de dormir. La Madre Superiora llegaba
despavorida.
– ¡Madre
Superiora! – exclamó solloza la hna. Concepción – hubo otra desgracia.
– ¿Qué sucedió?
– es Matías – dijo
Ricardo – lo encontramos muerto en la fuente.
– y eso no es todo
– agregó Samanta – la hermana Isabel está ahorcada en su habitación.
– ¡Bendito sea
Dios! – exclamó el Padre Camilo quien venía llegando
– ¿Dónde está
Estefanía? – preguntó la Madre Superiora.
– No lo sabemos
– Debo encontrarla
inmediatamente – afirmó ella y rápidamente se retiró.
Varios
monjes llegaron soñolientos, despertados por las campanas, algunas monjas
venían a ver lo que había ocurrido, sin embargo Samanta se hacía una pregunta:
¿Quién tocó la campana?
Inmediatamente muchas dudas invadieron sus
pensamientos ¿Por qué la Madre Superiora se preocuparía mas por saber donde
está Estefanía que por su hermano muerto? ¿Por qué la policía no investigaba
nada? ¿Existe de veras el Padre Vicente? Estas eran las inquietudes que se
formulaba Samanta.
Entre tanto, Ricardo tomaba una de las
manzanas tiradas en la fuente y se la ofreció a ella.
– ¿estás loco? –
dijo Samanta – No comeré esa manzana
– Vamos, se ve
deliciosa, además estaba en la fuente.
– junto a un
cadáver.
– pero que paranoica
eres – dijo el llevándosela a la boca – te mostraré que solo es una fruta
normal.
– ¡No lo hagas! –
intervino la hna. Concepción – esa manzana puede estar maldita.
– por favor
hermana ¿Usted también?
– Ricardo déjala –
agregó Adrián – es evidencia de un crimen.
– pero que
cobardes son todos ustedes.
– ¿A quien llamas
cobarde? – preguntó Adrián alterado.
Por primera vez Adrián daba muestras de
exaltación.
– A ti – le
respondió Ricardo, no te atreves a comerla
– He comido muchas
manzanas – repitió Adrián
– No le hagas caso
– mencionó Samanta, y dirigiéndose a Ricardo le preguntó – ¿Cuál es tu
problema?
– ninguno, solo
que desde que conozco a este muchacho – dijo señalando a Adrián – siempre hace
lo que le digo, y ahora viene con su rebeldía estúpida.
– Ya estoy harto –
gritó Adrián – ya no seguiré con tu jueguito.
– ¿Cuál jueguito?
– dijo Samanta – ¿Qué se traen ustedes dos?
– lo que pasa es
que…
– Cierra la boca
Adrián – interrumpió Ricardo – No digas nada – dijo mientras guardaba la
manzana al bolsillo para intentar golpear a Adrián, Samanta lo detuvo.
– ¡Ahora veo! –
exclamó ella – ustedes dos tienen algo que ver con estas muertes ¿verdad?
– No seas absurda
Samanta, no estamos hablando de eso
– ¿Ah no? ¿y de
que?
Adrián respiró profundo y dijo:
– Ricardo tuvo un
romance con Isabel
– ¿Isabel? –
preguntó curiosa la hna. Concepción
– Si, la hna.
Isabel, la joven novicia.
– Te voy a matar
desgraciado – dijo Ricardo al mismo tiempo que se le lanzaba encima a Adrián –
Samanta y la Hna. Concepción lograron separarlos.
– Es suficiente.
– eso fue antes de
que se volviera novicia – dijo Ricardo fue hace años.
– Si, pero aun
sentías algo por ella – le respondió Adrián limpiándose la sangre de su labio –
por eso decidiste venir a este Convento.
Ricardo sonreía cínicamente
– Ella no debió
meterse a monja.
– ¿y por eso la
mataste? – preguntó Samanta
– ¡Santa Madre de
Dios! – exclamó la hna. Concepción
– pero que mayor
estupidez – dijo Ricardo – yo no he matado a nadie, solo quería saber porque me
terminó y si la dejé tan traumatizada como para meterse a monja.
– jajaja – rió
Samanta – esa si que está buena
– esto es serio –
me dolió mucho que se haya suicidado.
– ¿y como sabes
que se suicidó? ¿y no fue asesinada?
–supongo que sí…
yo que sé – dijo Ricardo nervioso
Samanta comenzó a sospechar de Ricardo, algo
en su historia no le cuadraba bien.
– es mejor que nos
vayamos a dormir – sugirió ella – ya es muy tarde y como ven aun estamos vivos,
así que abajo la maldición del toque de queda.
– ¿Aun sigues sin
creer en la leyenda?
– y vas a seguir
con lo mismo Ricardo – respondió – ¿Cuál es tu empeño en que yo crea en esa
leyenda?
– ninguno
– ¿y entonces? Ya
déjame en paz.
– pero ¿Por qué a
la defensiva? Solo quiero probarte que el alma de San Agustín existe.
– pruébalo – le
retó Samanta.
Ricardo sacó la manzana que había guardado
en su bolsillo y se la dio de ella.
– cométela, si la
leyenda es falsa, nada te pasará.
– ¿Qué tiene que
ver la Leyenda de San Agustín con la manzana?
– el Padre Agustín
cosechaba manzanas – intervino la Hna. Concepción – aquí mismo las sembraba
para luego regalárselas a los mas necesitados, dicen que él estaba recogiendo
manzanas cuando fue asesinado.
– Por eso las
manzanas regadas en la fuente junto a su cadáver – agregó Ricardo.
– pero, ¿no se
supone que fue ahorcado? Pues tenía una soga en su cuello.
– Oh no hija –
dijo la monja – San Agustín fue envenenado, la soga solo fue para despistar, en
ese entonces no había forma de probar el veneno en la sangre, pero los forenses
vieron en sus labios y ojos, signos de envenenamiento y no de estrangulamiento,
su cuello lucía normal.
– eso no lo sabía
yo – declaró Adrián
– ¿y nunca se supo
quien lo mató? – preguntó Samanta
– No, nunca se
supo.
– Ya no te vayas
por la tangente – interrumpió de nuevo Ricardo – Te comes la manzana ¿si o no?
– Si lo hago, ¿dejarás
la estúpida idea de la leyenda y el alma en pena de San Agustín?
– Trato hecho.
– No lo hagas –
dijo Adrián – no tienes que probarle nada a ese traidor de Ricardo.
Samanta recordó la nota de la hna. Isabel
nuevamente: “Matías es un traidor”, sin embargo tomó la manzana, dio un respiro
profundo y la mordió.
– ¿Ves? – dijo
ella mientras masticaba – No pasa nada, ¿satisfecho?, ahora deja de molestarme
y vete a…
Sus palabras fueron interrumpidas, sus ojos
se abrían al igual que su boca, Samanta comenzó a colorarse, un tono púrpura
invadió su rostro, ella jadeaba y jadeaba y no podía hablar, Adrián gritaba
pidiendo ayuda, la hna. Concepción la tocaba desesperada, mientras Ricardo
permanecía inmóvil, una sonrisa recorría su cara, miraba fijamente a Samanta
mientras esta caía al suelo.
– ¡Haz algo
Ricardo! – gritó Adrián
Pero Ricardo dio media vuelta y se retiró,
al mismo tiempo que Samanta perdía el conocimiento.
No hay comentarios:
Publicar un comentario