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odo era muy
oscuro, los jóvenes caminaban a ciegas pegados unos a otros, solo se escuchaban
expresiones como: – ¿hacia donde conduce
esto? – No lo sé – No debimos entrar – pero estaba allí – una puerta secreta –
Estos curas y monjas tienen un secreto extraño – ¿No será parte de la leyenda?
– y vas a seguir con la leyenda – ahora mismo ya no sé que creer.
Después de un rato caminando a oscuras,
entraron a un área mas iluminada, habían unas lámparas de aceite, a la antigua,
pero con la suficiente iluminación como para ver que o quien estaba allí.
– ¡Algo se mueve
allá! – exclamó asustado Adrián mientras señalaba el final del pasillo.
– ¿Dónde? No veo
nada
– por allá, vi una
sombra
– No estarás
creyendo en supersticiones
– solo vi que
alguien pasó.
Se dirigieron al final del pasillo, que más
bien parecía un laberinto, no había nada allí más que escombros.
– allá continúa el
pasillo – acotó Samanta señalando a su izquierda – y hay luz.
– Tal vez alguien
viva aquí – dijo Ricardo.
– ¿Quién puede
vivir en un lugar como este? – preguntó Adrián – es antihumano
– se supone que
este Convento es para formar futuros siervos de Dios, no creo que tengan a una
persona viviendo en estas condiciones degradantes.
– Quien sabe…
– No vayas a salir
otra vez con la leyenda esa
– Deberíamos
hablar con la Hna. Isabel – sugirió Samanta – es la única que se ha interesado.
– ¿Ahora ya crees
en la leyenda?
– No, solo sé que
algo se oculta en este lugar, algo que la Madre Superiora y el Padre Vicente
quieren encubrir a como de lugar.
– Hablando de eso
¿algunos de ustedes ha visto al Padre Vicente? – preguntó curioso Ricardo.
– ¿te refieres a
estos días? Pues fíjate que no
– No, me refiero a
alguna vez, ¿ya lo conocieron?
– ¿A que se debe
esa pregunta, Ricardo?
– Porque… pues… yo
nunca lo he visto.
Samanta y Adrián quedaron boquiabiertos por
unos segundos, luego respondieron al unísono: – Pensé que tú lo conocías
– No, se que él es
amigo de mi familia y que luego de la muerte de mis padres, me pagó los
estudios y mi estadía aquí – respondió Ricardo.
– ¿entonces no lo
conoces? Yo jamás lo he visto
– Yo llevo un año
aquí y tampoco lo he visto – comentó Adrián – pero todos hablan de él.
– Pues, pensándolo
bien – intervino Ricardo – solo la Madre Superiora y algunos monjes hablan de
él, pero… ¿no les parece extraño que nadie lo haya visto?
– supongo que
ellos si lo deben conocer
– tal vez no viva
en el Convento
– o tal vez no
exista, es otro invento como esa leyenda absurda – resaltó Samanta.
De pronto su conversación fue interrumpida
por el sonido de un golpe fuerte, como si algo muy pesado cayera en el suelo,
los tres jóvenes quedaron paralizados.
– ¿escucharon eso?
– vino de allá,
pero no hay luz
– yo no pienso ir
para allá
– ¿y que tal si
alguien está en problemas?
– ¿No has visto
películas? Cada vez que alguien va a ver de donde viene un ruido extraño,
termina muerto.
– cierto, mejor
regresamos y buscamos ayuda.
Así que regresaron por el pasillo pero
cuando iban avanzando, las lámparas de dicho corredor subterráneo se apagaron.
Un grito se escuchó mezclado con un llanto, luego ese llanto fue tomando una
escalofriante melodía.
– ¿están
escuchando lo mismo que yo?
– Si, es el mismo
llanto que escuché justo antes de que…
– mataran a la
hermana Rita.
– ¿Quién haría ese
sonido?
En ese momento la luz regresó, los tres
chicos aun se encontraban uno detrás del otro, cuando Samanta cayó al suelo
tropezándose con algo en el piso. Era una especie de barra de madera, como una
pata de alguna mesa o silla, pero tenia algo tallado, se dispusieron a leerlo: “Soy el Padre Agustín Ceballes, estoy
recluido en esta celda por casi 5 meses, necesito…” era todo lo que decía,
la madera estaba muy desgastada y rota y no se entendía nada más.
– ¡Dios mío! –
exclamó Samanta
– el Padre Agustín
estuvo prisionero en esta mazmorra.
– y por mucho
tiempo
– pero ¿Quién lo
tendría cautivo? ¿y Por qué?
– supongo que la
misma persona que lo asesinó.
– debemos salir de
aquí, quiero salir de aquí ahora.
Siguieron de vuelta hacia la puerta que unía
el misterioso laberinto con la mazmorra que debían limpiar, pero estaba cerrada
y no podían abrirla. Su miedo aumentó, estaban al borde de la desesperación
hasta que una voz detrás de ellos les dijo:
– No podrán salir
así, necesitan la llave.
Ricardo, Samanta y Adrián voltearon lentamente
y al mismo tiempo, hasta que vieron a una chica joven pero muy desaliñada,
delgada, de piel blanca y cabello muy oscuro, con una manzana roja en su mano.
– ¡Es ella! – dijo
Samanta – la chica que vi en la puerta de la habitación de la Hna. Rita, por
favor díganme que también la ven ustedes.
– Claro que si
– la estamos
viendo
Y la misteriosa y deslucida muchacha seguía dándole
mordiscos a su manzana mientras sonreía frente a ellos.
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