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aniela
abrió la puerta, si, estaba con vida obviamente pero tenia un semblante
aterrador, pálida como un papel me llevó hacia la mesa de noche.
–
Recibí esto Ezequiel – me dijo
Era una caja pequeña tipo cofre, la abrí y
pude ver en su interior un dedo, un dedo humano cortado de raíz, tal vez con
una sierra. Daniela seguía asustada y me mostró un papel.
– esta
nota venía en la caja – dijo nuevamente con un poco de tartamudez
Tomé el papel y lo leí en susurro, decía: “Si sigues metiendo el dedo en la llaga, te
quedarás sin dedos”
Esta vez el misterioso acosador había
llegado demasiado lejos, rápidamente llamé a la Estación y pedí que se llevaran
el dedo para analizarlo, saber a quien le pertenece o pertenecía y buscar un
posible rastro de la persona en cuestión.
– ¿Cómo
recibiste esto? – le pregunté a Daniela
–
estaba en la cama – respondió – pensé que lo habías dejado tú
– Ya
veo, quien quiera que sea tiene acceso a las habitaciones
– ¿una
mucama?
–
posiblemente, pero también puede ser alguien con una llave maestra.
Torres regresó al cuarto de al lado mientras
yo bajé a recepción.
–
quiero una copia de la llave de mi habitación – le dije a la Srta. Maldonado
– desde
luego, aquí tiene otra
– ¿Cuántas
copias tienen de cada habitación?
–
cuatro, dos para huéspedes, una para el servicio a la habitación, y una que se
queda en recepción
– ¿y
tiene la última allí?
– así
es, aquí está ¿Por qué?
– solo
por curiosidad – le dije y me retiré.
Lo último que quería es que la recepcionista
(de quien sospechaba) supiera lo ocurrido. En el camino seguía pensando, solo
pudo haberlo hecho una mucama, no cabía la posibilidad de alguien con una llave
maestra, la cuarta llave de la habitación era para el servicio, así que algún
empleado de servicio del hotel fue el que dejó el “regalito” en la cama. Eso no
me gustaba para nada, odiaba sentirme acorralado y mucho más por un enemigo
anónimo, alguien que quería impartir terror, pero si sabia quien soy y lo que
hago aquí ¿Por qué no me ha delatado? ¿Por qué seguía jugando con la policía?
Estaba decidido a hablar con el gerente del hotel.
Así que tomé el ascensor y fui al último
piso donde estaba la oficina y morada del Sr. Columbus, el gerente principal y
dueño del Hotel Paraíso, fui atendido por su secretaria.
– El
Sr. Columbus está en una reunión, si quiere puede esperar – me dijo
– de
acuerdo
Me senté mientras esperaba que me anunciara,
no estaba seguro si él sabía o no que soy policía, así que no mostré mi placa y
me quedé aguardando como un simple huésped, la secretaria se acomodaba el
cabello con un gancho rojo, un poco extravagante.
–
¿puedo saber el motivo que lo impulsa a hablar con el Sr. Columbus? – preguntó
la secretaria
– un
dedo – le respondí
– ¿perdón?
– como
lo oye
– creo
que no estoy entendiendo
– descuide,
no me haga caso, es una larga historia.
La secretaria me miró con ojos de pocos
amigos, mientras yo, ignorándola adrede, observaba las fotografías y pinturas
en la pared, habían pinturas de edificios, de paisajes y algunos retratos de
las instalaciones del hotel y del Sr. Columbus, pero hubo uno en particular,
uno de los retratos que me llamó la atención, era el del Sr. Columbus junto a
una joven, era muy parecida a la joven que se suicidó hace meses en la
habitación 267, recordaba su rostro por el expediente, sí, efectivamente el Sr.
Columbus conocía a la victima que se lanzó por el balcón, era ella, estaba
seguro que era ella, quise preguntarle a la secretaria por la chica del cuadro
pero me contuve.
En eso se abrió la puerta de la oficina del
gerente y un señor gordito y de cabello canoso salía de ella, iba malhumorado y
lanzando maldiciones, cuando pasó junto a mi lo pude reconocer, era el Sr.
Cañizares, el chef principal del hotel, traté de saludarle pero pasó de largo
distraído en sus refunfuñes y se retiró.
– El
Sr. Columbus ya puede atenderle – dijo la secretaria – por favor siga
– Gracias
Me dirigí a la puerta de la oficina, toqué
cuidadosamente y una voz me autorizó a entrar, lentamente abrí la puerta y
entré tímidamente, efectivamente allí estaba el Sr. Columbus, el mismo de los cuadros,
un señor de unos cuarenta y tantos, con bigote, un poco
canoso y con un semblante sobrio que transmitía autoridad a través de su mirada
y lenguaje corporal.
– Por
favor tome asiento – me dijo – y cuénteme que le ha parecido el dedo
Me agarró fuera de base, y no hice mas que
abrir los ojos y sorprenderme más, me quedé literalmente boquiabierto, se
refería al dedo enviado a mi habitación con tanta naturalidad, que dudé por un
instante si estaba o no involucrado en tal atroz hecho.
– ¿el…
el dedo? – le pregunté con vacilación
– Así
es, mi secretaria me dice que viene usted a hablarme sobre un dedo.
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