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uiero preguntarle
una cosa mi estimado detective – me dijo el Sr. Columbus – ¿Cómo supo usted que
el chef estaba muerto y que era yo el que me hacía pasar por el?
– muy
fácil – respondí – cuando fui a verle a su oficina la primera vez, vi en los
cuadros una foto de usted junto al chef Cañizares, de hecho, él salió furioso
de su oficina, ambos son muy parecidos, solo que usted tiene bigote, postizo
desde luego, luego recordé que cuando mi colega Vergara vio al chef en el
restaurant se sorprendió porque sabía que ese no era el verdadero, sino usted
disfrazado, así que fue usted quien me envió esa langosta a nuestra mesa
¿cierto?
– en
eso se equivoca – intervino ella – él le envió la nota en la langosta pero fui
yo quien se la dio
– entonces
no era un mesonero, sino una mesonera
– así
es, me disfracé de hombre para asegurarme de que la recibiera
–
¿siempre supo que éramos policías encubiertos?
– desde
el mismo momento que llegaron
– entonces
explíquenme ¿Por qué todas las muertes en la habitación 267? Y ¿Cómo hicieron
para que todas esas victimas se suicidaran?
– ¿de
que estás hablando? No vamos a decirte nada, solo acabaremos contigo.
Estaba apunto de zafarme, pero aun
necesitaba mas tiempo, tenía que seguir distrayéndoles, así que rápidamente
agregué:
– puedo
entender lo de acabar con Judith, con Lorena y con su amante, pero ¿Qué tenía
que ver con ustedes el joven que se puso un revolver en la boca y la pareja de
extranjeros?
– ¿en
serio nos cree tan estúpidos como para caer en su trampa? – me dijo el Sr.
Columbus
– no le
prestes atención Jean Carlos – le contestó Lorena, es decir, Laura
– así
que te llamas Jean Carlos – le mencioné
– si
¿algún problema? – me dijo mientras me apuntaba con el arma.
Yo bajaba la mirada y cerraba los ojos, el
gerente criminal se acercó a mí y me susurró al oído:
– todo
terminará, este es tu fin, nos arruinaste la vida, nuestro negocio, maldito
policía y lo vas a pagar caro.
Inmediatamente me zafé y le arrebaté el
arma, pero Laura fue más veloz que yo y me acercó su revolver en toda la nuca.
– ni se
te ocurra – dijo ella.
No tuve más remedio que soltar el arma, se
me acababan las ideas, pero antes de eso ya había marcado el número 5 en mi
celular, lo que indicaba que estaba en problemas, y que prontamente vendrían
refuerzos, ahora una vez mas, debía ganarles tiempo para salvar mi vida, estaba
acorralado.
–
Acabemos con esto ya – dijo ella
– ¿Cómo
piensan matarme? – les pregunté
– no lo
haremos – dijo él – tú te suicidarás
– no lo
creo
– ¿quieres
apostar? Mira lo que conseguimos – dijo y al instante me inyectó algo en el
cuello.
Me sentí débil al instante, comenzaba a
tambalearme, le pregunté que era lo que me habían inyectado.
– ¿No
lo reconoces? Es melatonina ¿recuerdas?
– No,
no otra vez
– descuida,
no es una dosis alta, no te dormirá, y está combinada con otro químico que hará
que no se perciba en la sangre, ningún análisis lo encontrará, pero eso ya lo
debes saber ¿cierto?
– Ya
basta – decía yo – no dejaré que salgan con la suya y…
Me sentía mucho más débil, Columbus puso su
arma en mi mano y la llevó a mi sien, todos usaban guantes menos yo, solo mis
huellas se impregnarían, no podía creer que pasaría, estaba a punto de ser
asesinado y todos creerían que me suicidé, ahora entendía el modus operandi, y
de lo que debieron pasar las otras victimas, yo sería el próximo en la lista de
la “maldición” de la habitación 267, sin embargo, por milagro divino la puerta
fue tumbada de un golpe, no me pregunten como, pero lograron violar la
cerradura hermética, y el Jefe junto a otros oficiales entraron y acorralaron a
Columbus y su esposa.
– ¡suelta
esa arma y apártate de Domínguez! – le dijo a Columbus
– así
no lo planeamos – respondió y se me abalanzó para jalar el gatillo del revolver
en mi cabeza.
Simplemente cerré los ojos y oí un disparo,
el tiempo se detuvo en mi mente, todo pasó tan de prisa que apenas podía
percibir que era real y que era producto de la adrenalina, tenía miedo de abrir
los ojos y encontrarme en un túnel o un lugar blanco, o algo así, me armé de
valor y los abrí, pude ver al Sr. Columbus encima de mi con un disparo en la
cabeza, el Jefe me había salvado la vida, disparándole a él antes. Su cómplice
Lorena, mejor dicho Laura, fue arrestada.
– ¿estás
bien Domínguez? – me preguntó el jefe
– si
jefe, algo débil, me inyectaron algo, melatonina mezclada con algo más para
debilitarme.
– entiendo,
ya vienen los paramédicos, te vas a poner bien.
Y dando un suspiro de satisfacción me dejé
caer de nuevo. Podía decir que el caso ya estaba cerrado, después que me dieron
de alta y les expliqué a todos lo que había pasado, el gerente fue encontrado
culpable y su esposa Laura fue juzgada y condenada a 15 años de prisión por
homicidio en segundo grado y robo de identidad, mientras que Helen (que por
cierto era esposa del verdadero chef Cañizares), fue condenada a dos años por
obstruir con la justicia y estafa al ocultar la muerte de su esposo para seguir
cobrando el seguro.
El caso de la habitación 267 del Hotel
Paraíso quedó cerrado oficialmente, sin embargo aún me quedaban algunos
detalles sin resolver, unos cabos que aún quedaban sueltos, como el dedo de
Judith ¿Cómo llegó al hotel si cuando su cadáver se procesó aun conservaba
todos sus dedos? Y ¿Qué significaba esa mancha de vino en la cortina? Eran las
dudas que aún tenía, también el porqué el Sr. Columbus asesinaría a una pareja
de extranjeros y a un pobre muchacho, mi curiosidad iba mas allá y no me dejaba
tranquilo, pasé dos días indagando por mi cuenta, hasta que di con la verdad.
Encontré un parentesco entre el joven del
revolver en la boca y la pareja de extranjeros, y su relación con alguien
cercano, había descubierto a otro culpable que no creía que fuese sospechosos,
todo cambiaría de ahora en adelante, probablemente este hallazgo causaría mucho
dolor pero era mi deber informarlo.
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