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staba cayendo la
tarde, y aun no pasaba un solo vehículo en esa solitaria carretera, Samanta
aguardaba en la parada donde el bus la dejó, iba rumbo al Convento San Agustín,
no para hacerse monja, sino para encontrar algo de paz interna, luego de que su
esposo, o ex esposo la maltrató y ultrajó dejándola al borde de la desesperación;
por consejo de sus amigos y psicólogo, Samanta decidió pasar unos meses en
dicho convento.
Las horas pasaban y nadie se veía a los
alrededores, ni un solo auto, ni camión, ni siquiera una piche bicicleta
transitaba por allí, ya estaba cayendo la noche y Samanta comenzó a sentir
miedo, pero de pronto logró divisar a lo lejos unas luces que se aproximaban.
– Que bien, por
fin alguien viene – dijo ella.
Miró su reloj y vio que eran las 8 de la
noche. Cuando el vehículo pasó junto a ella, Samanta le hizo señas pero este
siguió de largo.
– No puede ser –
se quejó Samanta – ¿quien sabe cuanto
tendré que esperar de nuevo?
Pero a pocos metros el auto se detuvo, y
retrocedió hasta detenerse frente a ella.
– ¿Vas a alguna
parte? – le preguntó una voz masculina desde el interior del carro.
– Voy al Convento
San Agustín.
– Yo paso por allí
– respondió el hombre – Si quieres te puedo llevar.
Samanta se quedó pensando un momento, no le
gustaba mucho la idea de subirse a un carro con un extraño, y mucho menos un
hombre, después de todo lo que le había pasado con su esposo, prefería esperar
el transporte público. Sin embargo no quería estar unas 5 horas más esperando.
Así que se encomendó a Dios y subió al vehículo.
– Muchas gracias
por llevarme – le dijo al hombre del vehículo – llevaba más de 5 horas
esperando.
– ¿5 horas?
– Sí, y no estoy
exagerando.
– Entonces que
bueno que pasé por aquí ¿verdad?, por cierto soy Matías.
Samanta lo observó rápidamente, era un
hombre de unos treinta y tantos, muy simpático, cabello oscuro y piel blanca,
se veía muy educado, su desconfianza disminuyó.
– Samanta, un
placer – respondió ella estrechándole la mano.
– ¿así que
aceptaste el llamado?
– ¿perdón?
– el llamado, lo
digo porque vas al Convento y supongo que te prepararás para servir al Señor
como novicia.
– Oh no Señor,
solo voy por unos meses.
– Ah, entiendo,
como un retiro.
– Así mismo.
Samanta comenzaba a ponerse incomoda con el
interrogatorio del recién conocido, así que para ganarle ventaja le preguntó:
– y Ud. ¿A dónde
va?
– No me diga Ud,
llámame Matías.
– De acuerdo –
dijo ella.
– Voy al pueblo, a
visitar a un amigo que está enfermo y le llevo algunas cosas.
Samanta echó un vistazo al asiento trasero y
vio una cesta de manzanas, un paquete de almendras y varias botellas de leche.
– me fascinan las
manzanas – dijo ella.
– puedes tomar
una, a mi amigo no le importará.
– No, gracias.
– no te de pena,
llévate una, son jugosas.
Samanta recordaba muchas historias como Adán
y Eva, y Blanca nieves, donde alguien insistía en ofrecer una manzana y todo
acababa muy mal.
– prefiero no
hacerlo – recalcó ella – Gracias de todas formas.
– como quieras –
dijo Matías – Ya llegamos, esa es la entrada, sigue ese camino y llegarás en un
minuto al Convento.
– Gracias por su
amabilidad – se despedía Samanta mientras se bajaba del carro.
Tomó su maleta y vio que una de las manzanas
había caído al suelo, rápidamente se inclinó a recogerla y cuando dio la vuelta
para devolverla… ya no estaba el auto, ni Matías. Había mucha neblina y no se
podía ver más allá de 3 metros. Así que siguió su camino hasta la entrada del
Convento con la manzana en la mano, la restregó y se la llevó a la boca, pero
cuando estaba a punto de morderla, tuvo un extraño presentimiento y decidió
arrojarla al suelo.
– Vaya, ya me
estoy volviendo paranoica – se decía – boté una fruta solo porque no confío en
ese tal Matías.
Al llegar al Convento fue recibida por una
monja quien rápidamente la conducía a una habitación. No había nadie más en los
alrededores.
– Tu debes ser
Samanta – le dijo – te esperábamos hace horas.
– Disculpe
hermana, pero no pasaba ningún transporte para acá, un caballero me dio el aventón.
– Gracias a Dios
hija mía, por cierto, soy la hermana Rita.
Samanta sonreía cínicamente, recordando
aquel chiste de la monja llamada Rita a quien le decían Sor Rita, de inmediato
se puso seria y siguió a la monja.
– Esta es tu
habitación, mañana te llevo con la Madre Superiora y te presento al resto de
los acompañantes.
– esta bien
hermana, hasta mañana.
– Hasta mañana
hija,… ah… debo recordarte que nos levantamos a las 5am – dijo y Salió
disparada como si temiera que alguien la viera.
– Descuide hermana,
estoy… – la hna. Rita ya se había ido.
Samanta se acomodó en su habitación, era un
cuarto pequeño, con una cama, una mesa, una lámpara para leer, un pequeño
gavetero y un crucifijo en la pared, también había un pequeño baño.
– ¿Dónde se supone
que guardaré mi ropa? – decía ella mientras buscaba un closet o algo así, lo
mas parecido era un gavetero.
– Que más, lo
guardaré aquí – dijo, y abrió el gavetero, pero algo inesperado vio. Los ojos
de Samanta no salían de su asombro cuando allí frente a ella, dentro de la
primera gaveta, había una jugosa manzana roja.
Interesante primer capitulo, lo seguiré leyendo, ¿Cual es el misterio de la manzana?
ResponderEliminara medida que transcurra la historia lo irás descubriendo, gracias por leerlo,
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