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espués de todo,
nunca nos hablaste de ese tal Matías – le dijo Adrián a Samanta mientras
almorzaban juntos.
A Samanta le pareció extraño que Ricardo no
se les uniera, ni siquiera en el desayuno, así que aprovechó la ocasión para
charlar con el joven y rechoncho Adrián.
– Que raro que
Ricardo no haya venido – dijo ella
– Aun no me
respondes, ¿Por qué no quieres hablar de Matías?
– te diré la
verdad, es muy extraño que haya visto a un hombre similar a San Agustín, pero
de allí a creer que es el fantasma del mismo, eso ya es demasiado.
– No te pregunté
si crees que Matías es San Agustín, sino que me hables de él, tal vez tenga que
ver en esta descabellada leyenda y todo lo sucedido en estos días.
Los ojos de Samanta brillaron, por primera
vez había dado con algo, a lo que respondió:
– Tienes mucha
razón Adrián, ahora que lo veo, esto debe ser algo planificado por la Madre
Superiora y el Padre Vicente, suponiendo que existe.
– Estoy de
acuerdo, pero ¿Cómo hizo la Madre Superiora para encontrar a alguien idéntico
al Padre Agustín?
Una sonrisa se dibujó en el rostro de
Samanta, sus dudas habían sido aclaradas.
– ¡Lo tengo! –
exclamó ella – ven, acompáñame.
– ¿A dónde?
– te lo diré
después.
Ambos fueron rumbo al jardín trasero,
traspasando los matorrales y los árboles frutales, allí llegaron a la puerta de
la mazmorra, pero estaba trancada con cadenas y candado. Dieron la vuelta y se
dirigieron al jardín lateral, al otro lado del Convento, donde las monjas y
sacerdotes suelen caminar y meditar, no podían pasar por allí sin ser vistos,
de pronto la Madre Superiora los sorprendió.
– los estaba
buscando
– ¿y como para que
sería?
– No se hagan,
tenemos una conversación pendiente, pero el Padre Vicente acaba de llegar y
debo hablar con él, así que los veré a las siete de la noche, mientras tanto
quedarán a cargo del Padre Camilo.
– ¿Nos va a
vigilar?
– por supuesto,… y
díganle a su amigo, el joven Ricardo que también debe estar presente.
La Madre Superiora se retiró y el Padre
Camilo llegaba para acompañar a los jóvenes, se convertiría en sol y sombra de
ellos durante el resto del día.
– ¿Dónde crees que
esté Ricardo?
– Ni idea, tal vez
esté con Estefanía
– ¿y como nos
deshacemos del Padre Camilo?
– ya pensaremos en
algo.
Transcurrieron unos veinte minutos
aproximadamente cuando oyeron a alguien llamándolos con voz de murmullo
– Hey… Adrián…
Samanta… por aquí.
Ellos voltearon, era Estefanía haciéndole
señas detrás de unos arbustos.
– Padre Camilo –
dijo la hna. Isabel quien se acercaba por el corredor del jardín – El Padre
Vicente desea hablar con Ud.
– ¿el Padre
Vicente? Ni mas faltaba – dijo él – pero debo cuidar a estos dos jovencitos.
– Descuide – dijo
la novicia – vaya tranquilo que yo me encargo de vigilarlos.
– Muchas gracias
Hna. Isabel, es usted muy amable, ahora veo porque es tan querida.
– para eso
estamos, para servir al prójimo – dijo la joven novicia ruborizándose un poco.
El Padre Camilo se retiró de prisa y la hna.
Isabel rápidamente les informó:
– vengo de parte
del joven Ricardo, les manda a decir que vayan a la biblioteca.
– ¿él está allá?
¿pero qué hace allá?
– No, él no está
en la biblioteca, el joven Ricardo fue sorprendido esta mañana con un libro
sobre el asesinato de San Agustín, y fue castigado encerrándolo en su habitación
hasta la noche.
– tenía que ser
él, ¿Cómo se dejó atrapar?
– pero ¿la Madre
Superiora lo sabe?
– supongo que si,
fue ella quien lo encerró.
– pero ella nos
acaba de decir que le avisemos a Ricardo que nos encontráramos esta noche
porque quiere hablarnos de…
– ¿de quien? –
preguntó curiosa la hna. Isabel
Adrián se mordió la lengua para evitar
terminar la frase, tanto él como Samanta sabían que aún no era el momento de
revelarles el asunto de Estefanía.
– de la Leyenda –
terminó la frase.
– ¿en serio? ¿la
Madre Superiora cree en la Leyenda de San Agustín? No puedo creerlo.
– Así mismo como
lo oyes
– es más, deberías
venir esta noche, nos citó a las siete, puedes esconderte para que seas testigo
de lo que ocurra allí.
– es una buena
idea muchachos, lo haré – dijo la joven novicia.
Samanta, Adrián y la Hna. Isabel se
dirigieron a la biblioteca, pero estaba cerrada.
– Que extraño,
nunca la cierran en el día – le comentó la hna. Isabel al sacerdote encargado
de la biblioteca.
– fueron ordenes
de la Madre Superiora – dijo el clérigo
– ¿Por qué ordenó
que cerraran la biblioteca hoy?
– No lo sé, tal
vez sea por la visita del Padre Vicente.
– Hermana Isabel –
dijo Samanta – ¿Ud. Conoce al Padre Vicente?
– en persona no,
no he tenido ese privilegio, pero…
– lo sabía, mi
teoría es cierta – interrumpió Samanta – y puedo comprobarlo.
– ¿de que teoría
hablas?
– la que te dije
esta tarde, ¿recuerdas Adrián?
– solo me dijiste
¡lo tengo! Y me llevaste a la mazmorra pero estaba cerrada.
– Porque quería
preguntarle a Est…
– ¿A quien? –
intervino la hna. Isabel – por amor a Dios, ¿de quien hablan ustedes con tanto
misterio?
– síganme y se los
mostraré – dijo Samanta.
– y aquí vamos de
nuevo – comentó Adrián.
Samanta llegó a la oficina de la Madre
Superiora, y sin anunciarse, ni tocar, abrió la puerta de un solo manotón y
entró.
– ¡Lo sabía! –
exclamó ella – sabía que tenías que ser tú.
Adrián y la Hna. Isabel entraron a la
oficina, allí estaba la Madre Superiora hablando con un hombre bien parecido,
de treinta y tantos, de cabellos oscuros y piel blanca.
– Oh disculpe –
dijo la hna. Isabel – Usted debe ser el Padre Vicente.
– por fin lo
conozco – dijo Adrián – me parece haberlo visto antes.
Samanta rápidamente los interrumpió con un
fuerte golpe en el escritorio, mientras decía con un tono de voz alterada:
– Este no es ningún Padre
Vicente, no es más que un estafador, este es Matías, el misterioso señor que me
recogió en la carretera, el de las manzanas, ahora todo tiene sentido, ¿ahora
lo entiendes Adrián? Se te hace conocido porque es muy parecido a la fotografía
de San Agustín que vimos en la biblioteca.
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