Octubre 14, Cuatro meses para el ataque
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Castillo de Laeken era más tranquilo, la familia real se preparaba para el
regreso del príncipe Balduino, luego de unas breves vacaciones, luego de haber
terminado una maestría en Psicología y Sociedad, área que necesitaba dominar
como el futuro Rey, ahora volvía a Bélgica, Balduino a sus 26 años aún
permanecía soltero aunque varias pretendientes de la alta sociedad ya le habían
echado el ojo, él era muy bien parecido y romántico con las damas, su padre el
Rey Leopoldo siempre le aconsejaba tener mucha prudencia y sabiduría a la hora
de elegir a su futura esposa, recordándole que él sería el sucesor al trono de
Bélgica. Balduino siempre fue un joven juicioso y sensato, muy bien criado por
su madre, el rey Leopoldo estaba tranquilo y confiado sabiendo que en un futuro,
el destino de Bélgica estaría en muy buenas manos cuando Balduino ascendiera al
trono. No podía decir lo mismo de su hijo menor Albert, de 24 años y con
carácter rebelde, fue el dolor de cabeza de su padre Leopoldo y de su difunta
madre la reina Astrid. Albert había abandonado sus estudios y aunque no
necesitaba trabajar, le gustaba ganar su propio dinero vendiendo objetos
extraños en eBay(*), actitud que disgustaba a su padre y hermano.
En horas de la tarde, Balduino regresaba al
castillo, lleno de grandes aventuras que contar, fue recibido por Felipe
Syville quien lo escoltó de inmediato al salón de copas, mientras ordenaba que
le trajesen un aperitivo.
– ¿Cómo
han estado las cosas por aquí Felipe? – preguntó Balduino mientras tomaba un
bocado de tartaletas
–
normales, Su Alteza, todo marcha…
– ¡mmm!
– le interrumpió mientras seguía comiendo – esto está delicioso ¿Qué es?
– son
tartaletas de pescado alemán, Su Alteza
– exquisito,
veo que por fin el viejo Charles ha mejorado sus platos
– oh
no, el viejo Charles fue despedido, con una buena liquidación desde luego,
ahora contamos con una nueva chef
– me
gustaría conocerla
– lo
hará Su Alteza, pero ahora debe descansar para que pueda encontrarse con Su
Majestad
– mi
padre debe haberme extrañado – reía Balduino al mismo tiempo que volvía a
probar otra de las tartaletas.
Felipe se retiró y luego de un breve momento
entró Albert al salón.
– Vaya
hermano, al fin te dignas a regresar
– También
te quiero Albert – respondió Balduino – ¿Qué ha pasado en mi ausencia?
– no
mucho, sólo que el Club Brugge perdió
3-1, construiremos una reserva de petróleo en el Mediterráneo, y nuestro primo
Theodore quiere que lo visitemos
– ¿Theodore?
– así
mismo, el primo que no vemos hace años y que nunca se ha dignado a visitarnos,
nos ha enviado una invitación para conocer su nueva mansión, o algo así
– déjame
ver.
Albert le extendió la tarjeta a su hermano
mayor, éste la hojeó y
leyó
varias veces sin salir de su asombro, luego añadió:
– pensé
que ni nos recordaba, ahora vive en Los Balcanes
– si,
en Rumania ¿Qué te parece?
– ¿crees
que debamos aceptar su invitación?
– ¿ir
allá? ¿a Pensilvania?
– no es
Pensilvania
– como
sea, no gracias hermano, yo no pienso ver su nueva mansión cuando él nunca se
dignó a venir a vernos
– no
seas mezquino Albert, él fue a estudiar allá con Tío Félix
– ¿Cuál
Tío Félix? Él era solo hijo de un primo de nosotros y ya murió, y Theodore hizo
su vida allá, bien por él, pero no pienso visitarle
– recuerda
que es nuestra familia Albert, de hecho es el único pariente vivo que nos
queda, así que te pido que lo consideres
– Olvídalo,
seguro que quiere algo a cambio
– ¡por
Dios! ¿Qué querría Theodore de nosotros? Nos está invitando
– ya te
dije lo que pienso
– no
seguiré discutiendo contigo, es inútil tratar de convencerte, hablaré con
nuestro padre al respecto
– ese
es otro detalle Balduino, Theodore sólo nos invitó a ti y a mi, a nuestro padre
no
– lo
imaginé, recuerdas que Papá y el Tío Feliz no quedaron en buenos términos,
razón por la que nunca nos visitó en estos diez años
–
¡tonterías! Eso era entre Félix y nuestro padre, a Theodore nada le impedía
visitarnos, ni mucho menos después de la muerte de Félix
– de
igual forma lo consultaré con él, después de todo es el Rey.
A varios metros de allí, al otro lado del
Castillo, el Rey Leopoldo caminaba de un lado a otro en la Sala de
Conferencias, mientras su secretario le decía:
– por
favor Su Majestad, trate de calmarse
– ¿Que me
calme? ¿Se da usted cuenta de esto? Debo avisarle inmediatamente a Felipe
– creo
que solo es una broma de mal gusto
– como
sea, llame a Felipe, hay que alertar a la guardia.
Al poco tiempo entró Felipe Syville
diciendo:
–
Dígame Su Majestad.
El Rey le entregó el sobre que había
recibido esa mañana con una breve nota amenazante, Felipe leyó en voz de
susurro la frase de la tarjeta que decía: “Leopoldo
III, prepárese para caer” cuya nota estaba firmada por una tal Apolimia.
(*) sitio destinado a la
subasta de productos a través de internet
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