Diciembre 23, Dos meses para el ataque
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erá un
evento único en su estilo, ocurre cada 107 años, no solo el cometa Apolo se
acercará a la tierra, sino que traerá una lluvia de meteoritos que será visible
en casi toda Europa y Norte de África la noche del 17 de febrero – comentaba el
rey Leopoldo a sus hijos Balduino y Albert durante el desayuno – y para eso he
invitado a los grandes monarcas y diplomáticos de la época a una gran cena en
el Palacio Real.
El Rey Leopoldo era un hombre de aspecto
sobrio que impartía autoridad, rondaba los cincuenta años de edad, pero poseía
un espíritu joven y lleno de prosperidad; su barba canosa, en lugar de darle
una imagen de senilidad, lo hacía ver más sabio y regio. Sus hijos asentían y
escuchaban mientras él proseguía con sus planes; por supuesto todos ya tenían
conocimiento acerca del gran evento de febrero, incluso ya se había comunicado
meses atrás el deseo de hacer una gran fiesta ese día de la llegada del cometa
y la lluvia de meteoritos que mas bien parecerá una lluvia de estrellas cayendo
en el firmamento. Al final del discurso, el Rey agregó:
–
Además, para la Cena Navideña de mañana he invitado a su primo Theodore para
que pase esta temporada con nosotros
–
¿Cómo? – preguntó Albert acelerado –
¿Por qué has invitado a Theodore?
– ya es
hora de hacer las paces ¿no creen?
– es lo
que le comentaba a Albert – intervino Balduino – Theodore no tiene la culpa de
lo que hizo Tío Félix
– ¿y
vas a seguir diciéndole Tío a ese traidor? – agregó Albert – Félix era nuestro
primo tercero
– ¡como
sea! – retomó el Rey Leopoldo – ya lo he invitado y mañana mismo estará aquí,
así que quiero que sepan apreciarle y atenderle, como cuando eran niños y
jugaban los tres
– por
favor padre, ya no somos niños
– eso
lo sé Albert, pero denle una nueva oportunidad, Theodore ya pagó por los
errores de su padre y quiere enmendarlo todo, quiere empezar de nuevo
– es
justo – agregó Balduino – el perdón es el mayor de los honores, él es nuestro
único familiar
– ni
modo – murmuró Albert – trataré de olvidar el pasado
– Así
me gusta hijos, que puedan darle una oportunidad a quien se los merece, ya
puedo morir tranquilo sabiendo que el destino del país quedará en buenas manos,
en mis hijos, Balduino reinando y Albert como su mano derecha
– No
hables así padre, pareciera que te fueras a morir pronto y aún faltan muchos
años para eso.
Balduino se levantó de la mesa y antes de
retirarse dijo:
–
Hablando de invitaciones a la Cena de Navidad, no hay ningún inconveniente en
que traiga a una invitada a cena ¿verdad?
– claro
que no hijo – mencionó el Rey – veo que te has interesado en una dama, ¿puedo
saber quien es?
– es
una chica del College Champittet –
dijo Albert – últimamente Balduino solo piensa en ella
– ¿es
cierto eso? Bueno, pues si es una joven de tal importancia, adelante hijo,
cualquier alumna del prestigioso Champittet
es bienvenida
– muchas
gracias padre – respondió Balduino – iré a llamarle ahora mismo, espero que aun
esté en la ciudad y no tenga planes para mañana
– tal
vez los tenga, recuerda que es esta temporada la gente la pasa con la familia
– lo
imagino – suspiró Balduino – ella está sola aquí en Bruselas, solo tiene un tío
y una prima, creo que están en el exterior.
Albert se levantó también de la mesa y con
una palmada en el hombro de su hermano le dijo:
– solo
te digo que actúes con prudencia
– pensé
que esa conversación ya había acabado
– solo
digo, y con su permiso, me retiro.
Ambos príncipes salieron del comedor y el
Rey Leopoldo mandó a llamar a Martine con uno de sus criados, una vez entrado ella
ante el Rey, este le dijo:
–
Martine, quiero que para mañana te luzcas con una impecable y suculenta comida
de esas que solo tú sabes hacer
–
¿algún menú en particular que quiera Su Majestad?
– sólo
impresióname.
Martine sonrió lo más discreta posible, en
sus pensamientos pasaban un millón de cosas, una de ellas era: “claro que si mi Rey, quedará usted más que
impresionado.”
Temprano en la mañana siguiente, Theodore
llegaba al Castillo de Laeken, Balduino acompañado de Felipe fueron a recibirle
–
Bienvenido primo – dijo el príncipe – ¡Cuánto tiempo sin vernos!
– han
pasado muchísimos años – respondió Scott personalizando a Theodore – diez para
ser exactos, como extrañaba este lugar
– por
favor, entra y ponte cómodo, esta también es tu casa
– le
mostraremos su habitación – intervino Felipe mientras daba órdenes a Phil y
otros criados para llevarle su equipaje a la recámara preparada especialmente
para él.
Durante el resto del día, Theodore paseaba
por los jardines del Castillo, luego jugaba el golf en compañía de Balduino y
Albert, recordaban viejos tiempos y hablaban de economía, los buenos vinos y
los tipos de mujeres.
Llegando la tarde, todos se preparaban para
una discreta Cena Navideña, demostrando el catolicismo inculcado en la Familia
Real. Balduino fue a recibir a Ambar, su invitada, quien estaba ataviada acorde
a la ocasión.
–
espero no haber llegado tarde – se disculpó Ambar
–
descuida, aun es temprano – le dijo Balduino mientras la conducía al interior
del Castillo – te mostraré tu habitación, es una pena tu tío y tu prima no nos
acompañen
– oh si
– respondió ella – no pueden venir hasta el 27, temía pasar esta temporada
sola.
Un rato después, faltando unos minutos para
las ocho, Balduino le presentó a Ambar su primo Theodore, el cual hacía su
papel perfectamente. Scott y Ambar actuaban cual desconocidos y apenas cruzaban
algunas palabras, Albert seguía observando a Ambar como un conejo cuidándose de
un águila, ella solo le sonreía y éste no tenía otro remedio que devolverle una
sonrisa fingida mientras alzaba la copa en su mano. Luego, el Rey Leopoldo
apareció con su soltura y destacada sobriedad, digno de un monarca respetado y
saludó a los invitados presentes.
– ella
es Ambar, padre – dijo Balduino cuando el Rey se acercó a saludarla
– Ámbar Drescher, no sé si la recuerdas del Champittet
el Rey Leopoldo se tambaleó por un instante,
sus ojos se abrieron tenuemente al oír ese nombre. Ambar hacía una leve
reverencia ante Su Majestad mientras pensaba para sí misma: “Apolimia
está de vuelta”
– no
creo recordarle mademoiselle – repuso
el Rey – espero que me disculpe usted
– es
comprensible Su Majestad, pierda cuidado – respondió Ambar con una sonrisa
sutilmente malévola. En ese instante se escuchó la voz de un mayordomo diciendo
que la cena ya estaba servida, y podían pasar al comedor.
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