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oc toc – tocaba
alguien a la puerta.
– Buen día Samanta
– saludó la hna. Rita.
Samanta se levantó y miró el reloj, eran las
5 en punto.
– se pasan de
puntuales – pensaba, y devolvió el saludo – Buen día Hermana Rita.
– ella es la
hermana Concepción – dijo la Hna. Rita, mientras le presentaba a la otra monja
que la acompañaba.
– Mucho gusto
Samanta – respondió la hna. Concepción – te acompañaremos a ver a la Madre
Superiora.
– Muy amables –
dijo Samanta, luego se preguntaba para si misma: ¿Será que la Madre Superiora
es un ogro? Que tienen que acompañarme todas.
Llegaron a la oficina de la Madre Superiora,
y las tres entraron.
– Buenos días
Madre Superiora – se adelantó a decir Rita – ella es la joven Samanta quien
viene a pasar un tiempo con nosotros.
– Ah si, ya estaba
al tanto, Bienvenida hija al Convento San Agustín.
– muchas gracias –
respondió ella.
– Debo sin embargo,
informarte de algunas normas que tenemos aquí.
– desde luego
– Primero –
recalcó la Madre Superiora – la hora de levantarse es a las 5 am, todos los
días, hay una hora de meditación y luego una tarea asignada. A menos que
decidas hacer ayuno y oración, se servirá el desayuno a las 7:00 am, luego
podrás terminar tus quehaceres y realizar una caminata sola o acompañada por
los hermosos jardines de la institución, así tendrás tiempo para reflexionar en
las maravillas de nuestro Señor; el almuerzo se sirve a la una menos quince
minutos, luego podrás escoger una actividad para realizar en la tarde. No se
sirve cena, si deseas hacerlo deberás cenar frutas de los árboles de nuestro
jardín trasero y algunos panecillos que hayan en el comedor. Y por último, y más
importante, la hora de dormir es a las ocho menos quince, ni antes ni después,
luego de esa hora nadie, absolutamente nadie debe estar fuera de su habitación.
¿Alguna pregunta?
– Si Madre,
quisiera saber…
– Cualquier duda
que tengas – interrumpió la Madre superiora – podrá ser aclarada por la hermana
Rita, ahora si me disculpan.
– Con permiso –
dijeron todas y se retiraron.
Estando en el jardín la hna. Rita le
comenta:
– No te preocupes
Samanta, solo lo hace por mantener la disciplina, la madre superiora no es
cruel.
– Si hija – agregó
la hna. Concepción – lo de los quehaceres es por mantenernos ocupados, no
podemos estar todo el día medita que medita, caeríamos en el ocio.
– descuiden
hermanas – dijo Samanta – pero quisiera saber a que se debe esa extraña hora de
dormir, parece un toque de queda.
Las monjas se pusieron nerviosas y solo
dijeron: “son reglas del Convento” y se despidieron de la joven recién llegada.
Samanta caminaba por las instalaciones del
Convento, después de todo era su hora de meditación. El sol comenzaba a salir.
Al cruzar vio a dos jóvenes jugando con un balón.
– Al fin, personas
normales – dijo ella, y fue a saludarles – Buenos días caballeros.
Los chicos detuvieron el juego y se quedaron
mirándola un rato, Samanta los detallaba, uno de ellos, el mas alto, era bien
parecido, cabello rubio y piel clara, vestía un jean y una sudadera; el otro
muchacho era mas bajo, cabello y ojos negros, un poco gordito para su tamaño,
vestía un pantalón y una camisa manga larga. El chico rubio se le acercó.
– Eres la chica
nueva ¿cierto?
– Si, me llamo
Samanta.
– Soy Ricardo, y
él es Adrián – dijo él señalando a su rechoncho amigo, mientras este se
acercaba lentamente.
– Hola – dijo
tímidamente Adrián.
– Debes
disculparlo – repuso Ricardo – se pone muy tímido cuando está frente a una
chica hermosa.
– Oh gracias –
respondió Samanta sonrojándose un poco, y vio que Adrián también lo hacía.
– ven,
acompáñanos, te mostraremos el lugar – intervino Ricardo.
– Esta bien,
¿Cuánto tiempo llevan aquí? – preguntó Samanta.
– Yo llevo dos
años y Adrián unos meses – respondió
– y ¿por qué están
ustedes aquí?... si se puede saber, claro.
– la verdad es
que… – susurraba Ricardo – nos escapamos de prisión.
Samanta se paralizó y murmuró
– ¿en serio?
– Claro que no –
reía burlonamente – Vivo en el pueblo y me estoy quedando aquí desde que… (hizo
una pausa) …desde que mis padres murieron, el padre Vicente es muy amigo de mi
familia y me trajo para acá.
– Oh cuanto lo
siento – respondió Samanta, y al ver sus rostros de confusión se apresuró a
decir – me refiero a la perdida de tus padres, no al hecho de vivir aquí… ¿y tu
Adrián? ¿Por qué estás aquí?
Adrián abría su boca pero Ricardo se le
adelantó diciendo:
– Él quiere ser
seminarista ¿puedes creerlo?
– No le veo nada
de malo – aclaró Samanta – me parece bien que quieras servirle a Dios de esa
forma.
Adrián asintió con la cabeza, sin embargo
Samanta pudo notar que Ricardo le hacía una señal con los ojos al mismo tiempo
que daba media vuelta y se iba.
– Nos vemos Adrián
– logró decirle Samanta antes de perderlo de vista.
– No te fijes, es
muy tímido – repuso Ricardo.
– Pero así no
podrá ser un seminarista, ¿Cómo predicará si tiene miedo de hablar en público?
Me pregunto si habla, nunca escuché su voz, excepto por aquel “hola”
– jajaja – se
burlaba Ricardo – claro que habla, ya lo conocerás mejor, ¿te gustaría dar un
paseo?
Samanta volvió a tener ese sentimiento de
desconfianza, quería decirle que no pero no sabía como decírselo. En eso sonó
la campana indicando que el desayuno se iba a servir.
– Debo cambiarme,
disculpa – dijo ella y fue a su habitación.
– Vaya mañanita –
se dijo a si misma – tranquila Samanta que apenas comienza el día.
Vio la manzana en su gavetero y buscaba un
lugar donde botarla pero no había ninguna papelera, así que se la llevó al
comedor decidida a botarla luego, estaba decidida a no comérsela.
– Samanta,
siéntate con nosotros – le gritó Ricardo cuando ésta entraba al comedor del
Convento.
– Mantenga el
orden y coma en silencio joven – reprochó una monja.
– Samanta se sentó
con sus nuevos compañeros y la comida se empezó a servir.
– Hoy tenemos para
desayunar, pastel de manzanas – dijo la monja encargada de servir.
– Definitivamente,
hoy no es mi día – dijo Samanta – mientras agachaba su cabeza entre sus brazos.
Pero al levantarla de nuevo una chica frente
a ella la observaba con una mirada fulminante, cuando esta se dio cuenta de que
Samanta se había percatado de su presencia, la misteriosa chica frente a ella
sonrió con una mirada malévola, dio la vuelta y salió del salón.
Samanta miró a su alrededor, nadie pareció
haber notado su presencia, levantó una cucharada del pudín, pero antes de
llevársela a la boca, vaciló, y decidió no desayunar.
– No probaré nada
de manzanas – pensó ella – desde este momento la manzana es mi fruta prohibida.
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