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icardo ¿estás
bien? – preguntó Samanta desde afuera, se asomó por la rendija de la puerta y
vio a Ricardo colgando del techo luchando por zafarse.
– ¡Guardias!
¡Abran la puerta! – le dijo ella a los vigilantes.
Adrián aun estaba adentro, a punto de ser
descubierto, ya no tenía salida.
La puerta se abrió y los guardias cargaron a
Ricardo para impedir que la gravedad siguiera haciendo estragos en él,
rápidamente lo zafaron, Ricardo aun vivía y respiraba con dificultad.
– Ad… Adr… – tartamudeaba Ricardo.
– No digas nada –
dijo Samanta – te vas a poner bien.
– quis… mat… Adr…
– No estoy de
acuerdo con lo que hiciste Ricardo, hiciste mucho daño, pero esa no es razón
para querer suicidarte, Dios aún te ama.
Ricardo perdió el conocimiento y los
guardias junto con Samanta se lo llevaron a la enfermería del Convento. Minutos
después, Adrián salía debajo de la cama, con precaución de no hacer ruido, se
asomó en la rendija de la puerta, no había nadie cerca, era su oportunidad de
salir, lentamente giró la perilla y abrió la puerta. De repente, Samanta lo
empujó hacia dentro nuevamente.
– ¿vas a algún
lado? – le preguntó ella.
– ¿Yo? No, vine a
ver a Ricardo – respondió rápidamente Adrián mientras tragaba saliva.
– No me digas,
pero no te vi entrar.
– es que acabo de
llegar y…
– ¡Es suficiente!
– exclamó repentinamente Ricardo, mientras entraba y trancaba la puerta tras sí
– ya lo sabemos todo.
– ¡Ricardo! – dijo
asombrado Adrián – ¿Tú no estabas…?
– ¿agonizando?
¿muerto? – le interrumpió Samanta.
– per… pp… pero
¿Cómo?
– Toma asiento Adrián
– le dijo Samanta ofreciéndole la silla tirada en el suelo – te diré lo que
pasó y como sé que eres el asesino de las monjas, ¿se te ofrece una manzana? –
le dijo irónicamente sacando una y lanzándosela en sus manos. Adrián ahora se
tornó serio. Ricardo se recostó a la puerta y se cruzó de brazos y dijo:
– “es una gran historia”
Samanta comenzó a hablar.
– Hasta ayer,
pensé que Ricardo era el autor intelectual de estas tragedias, todo apuntaba a
él, y sobretodo cuando la Madre Superiora dijo que manipulaba a la gente,
haciendo que hagan su voluntad, realmente Ricardo encajaba perfectamente en ese
perfil. Sin embargo, cuando llegué al Convento salí a caminar un rato, tenía
muchas dudas en la cabeza, algo no encajaba, no entendía como hizo para llevar
a las hermanas Rita e Isabel al borde de la desesperación, ni tampoco como
convenció a Estefanía a darle la manzana envenenada a Matías, a pesar de haber
caído yo en el mismo truco solo la mordí, si, tipo Blanca nieves, y a ti no
logró convencerte cuando tu siempre hacías lo que Ricardo te pedía.
– Matías era un
tonto – interrumpió Adrián – creía que podía curar a su hermana loca y que
podía cambiar las reglas.
– reglas absurdas,
lo sé – comentó Ricardo – pero fueron hechas para evitar las reuniones
clandestinas que se hacían en el siglo XIX, reuniones donde varios clérigos decidieron
matar a San Agustín, pero tu ya sabias eso, ¿verdad?
– Por supuesto –
respondió Adrián – sé también que esos clérigos fueron quemados en la hoguera.
Todos ya sabíamos que San Agustín no murió ahorcado, sino envenenado con altas
dosis de psilocina, un químico que hace que te rías y alucines mientras tus
órganos se te mueren.
– Exacto, y te
basaste en eso para envenenar a Matías quien curiosamente era muy parecido a
San Agustín.
– ¿y tu punto es…?
– Mi punto es que
armaste un terror completo, aprovechándote de la leyenda, el toque de queda,
las supersticiones de algunos y de las manzanas. Debo aceptar que lo de las
manzanas fue inigualable, casi creí que me perseguían y después me di cuenta
que cada vez que veía una manzana extrañamente junto de mí, tu estabas
relativamente cerca.
Adrián sonrió burlonamente y dijo:
– esa estuvo buena,
quería jugar con tus miedos.
– ¿y como sabias
que comenzaba a temerle a las manzanas?
– tu mirada lo
decía, recuerda que me fijo en todo – decía Adrián – y estuve a punto de
volverte paranoica.
– Lo sé – dijo
Samanta – pero rebobiné y supe que Ricardo nunca tuvo la manzana envenenada que
yo mordí, el sacó una normal de la fuente y en el momento en que forcejaste con
él, aprovechaste para sustituir la que tenía en su bolsillo por la envenenada.
– hablando de
fuente – intervino Ricardo – ¿Cómo hiciste que la fuente funcionara de nuevo?
– siempre ha
funcionado – respondió burlonamente Adrián – todo un siglo había tenido la
tubería tapada, yo solo la destapé y la encendí en el momento oportuno.
– Cuando estábamos
investigando si la leyenda era cierta, cuando nos castigaron en la mazmorra.
– mazmorra que ya
conocías bien, y comenzaste a hacerte amigo de Estefanía y jugar con su mente –
agregó Samanta – fue así como hiciste que la pobre muchacha envenenara a su
hermano y nos encerrara, por eso cuando ella decía que él le tenía prohibido
hablar de eso se refería a ti.
– jaja – reía
Adrián – fue un gran logro ¿cierto? Estefanía los encerró mientras yo me
encargaba de la hermana Isabel.
– ¿eras tu el que
la perseguía? ¿eras tú el que sollozaba? Ah! Ya veo, también lo hiciste cuando
estábamos en la mazmorra a oscuras, pero lo de la madera tallada…
– también la hice
yo – completó él – no es muy difícil y la madera no estaba tan podrida como
parecía.
En ese momento Adrián se puso de pie y dijo:
– Aun no me dicen
como planearon esto.
– Ayer mismo –
respondió Samanta – hablé con Estefanía y me contó lo que le decías y supe como
jugabas con su perturbada mente, luego fui a hablar con Ricardo y te
descubrimos, sabíamos que te aprovecharías de su depresión, sabiendo que era
inocente pagaría por tus crímenes, así que planeamos este show, dime que no
quedó bueno, acordamos que Ricardo fingiría seguir tus órdenes y se ahorcaría,
él sabía como colocar la soga de tal manera que no causara estrangulamiento, y
era parte del plan que yo llegara a tiempo para soltarlo y atraparte in
fraganti.
– pero no lo
hicieron – se burlaba Adrián – nadie me vio y no lo podrán contar porque
acabaré ahora mismo con ustedes dos.
Adrián se levantó y sacó dos jeringas con
veneno, pero antes de inyectárselas a los jóvenes, la policía entró, luego de
haber escuchado toda la confesión, Adrián fue esposado de inmediato, la Madre
Superiora llegaba y antes de que se lo llevaran le preguntó:
– ¿también
manipulaste al Padre Vicente para que me diera órdenes por teléfono?
Adrián se acercó a ella y susurrándole al oído
le confesó:
– Yo le ordenaba a
Usted, yo soy el Padre Vicente.
– eso es ridículo
– Yo maté al Padre
Vicente hace meses, puede desenterrar su cuerpo en el jardín trasero para
comprobarlo, yo me hice pasar por él en el teléfono ¿verdad que imito bien su
voz?
– pero, ¿de donde
llamabas?
– ni se imagina lo
que se puede encontrar en la mazmorra – respondió Adrián.
La Madre Superiora perdía el equilibrio y
sentía que sus pies no le daban más, Ricardo y Samanta la tomaban para que no
cayera, todos veían como Adrián iba escoltado hacia una patrulla de la capital,
la leyenda había terminado, aunque el Convento San Agustín ya no volvería a ser
como antes.
Esa misma noche, mientras todos dormían, una
manzana roja rodaba por la grama del jardín central hasta chocar con la fuente
de agua, al mismo tiempo que ésta se encendía de nuevo.
FIN.
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