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a estaba
anocheciendo, y pronto sonaría la campana del toque de queda, en el cual todos
debían estar en sus habitaciones, más que un convento parecía un internado
militar, pero lleno de leyendas urbanas y supersticiones, a pesar de ser un
lugar de preparación para encontrase con Dios. Sin embargo, Ricardo, Adrián y
Samanta estaban terminando sus labores de limpieza en el jardín lateral.
– Aun no puedo
creer en esa leyenda – dijo Samanta
– Yo si, la hna.
Rita pagó por eso – respondió Ricardo
– Creo que no
debemos inmiscuirnos en eso – resaltó Adrián
– Tonterías, yo
pienso llegar al fondo de todo esto
– ¿A que te
refieres Ricardo?
– Si existe un
alma en pena en este Convento, debemos buscarlo ¿no creen?
– ¿Te refieres a
convocarlo? – preguntó atemorizado Adrián.
– Exacto
– No, yo no pienso
participar en eso – dijo Adrián – eso va en contra de mis creencias, y es
abominación practicar ocultismo.
– Tampoco exageres
– dijo Ricardo en tono de burla – ¿Tu que crees Samanta?
Samanta estaba muy pensativa, recordó de
pronto aquella chica que conoció hace poco y que misteriosamente nadie mas la había
visto, pero no se atrevía a hablarles de eso a sus nuevos amigos, la podían
llamar loca… incluso ella misma se preguntaba: ¿Me estaré volviendo loca?
– Hola, Tierra llamando a Samanta – interrumpió
Ricardo mientras chasqueaba sus dedos.
– Oh, disculpen,
pensaba en el Padre Agustín – dijo ella
– ¿Cómo así?
– en la razón por
la cual, estando maniatado y apunto de ser ahorcado, seguía sonriendo.
– cierto –
respondió Adrián – no había pensado en eso
– Si, es extraño
¿verdad? Pero solo es una leyenda, a nadie le consta que haya sido así, tal vez
haya muerto de tuberculosis, era muy común en esa época.
– pero ¿Cómo
explicas la muerte extraña de la hna. Rita? – preguntó curioso Adrián
– sin mencionar
ese llanto que se escuchaba a lo lejos – mencionó Ricardo.
– Yo también lo
escuché, era como que alguien lloraba y luego cantaba.
– No, mas bien
alguien cantaba mientras lloraba
– ¿es eso posible?
Los tres se miraron y la campana de las 8
menos 15 minutos sonó, indicando que todos debían ir a sus habitaciones antes
que fueran las 8 en punto.
– Seguimos mañana
– dijo Samanta – y yo que pensaba encontrarme conmigo misma en este Convento, y
ahora una extraña leyenda me está inquietando.
A la mañana siguiente, después del desayuno,
El Padre Camilo, uno de los principales directivos del Convento, invitó a todos
los residentes a una misa en la Capilla, en memoria de la Hna. Rita.
– Hermanos míos,
amigos que nos acompañan, estamos aquí para ofrecer nuestro más humilde respeto
a la Hermana Rita, quien en vida fue….
– Psss, hey, vamos
afuera un momento – le dijo Ricardo a Samanta
– Pero estamos en
plena misa
– Debo mostrarte
algo
– de acuerdo, ¿y
que me dices de Adrián?
– Él está allá
adelante en la primera banca, no querrá salirse de la misa.
– Bueno, como
digas.
Ambos salieron discretamente y entraron a la
biblioteca del Convento, cerca de allí, había infinidades de estantes con
libros de santos y mártires de la historia cristiana.
– Jóvenes, ¿Qué
están haciendo aquí? – preguntó el bibliotecario – ¿Por qué no están en la
misa?
– solo venimos por
un libro que nos encargó el Padre Camilo para el final de la misa – respondió
rápidamente Ricardo.
Samanta solo asentía mientras pensaba en la
forma en que Ricardo tenía una respuesta para todo, incluso al pobre Adrián ni
le dejaba responder. Comenzó a parecerle sospechosa su actitud, pero
rápidamente abortó esa idea.
– Está bien – dijo
el bibliotecario – pero que sea rápido.
Los jóvenes fueron al pasillo 3 de la
biblioteca y Ricardo se detuvo frente a la hilera 22.
– No vas a creer
lo que encontré esta mañana – dijo él mientras tomaba un libro – es la historia
de San Agustín.
– Entonces ¿es
cierta la Leyenda?
– Así es, y no
solo eso, mira lo que dice aquí – decía Ricardo al mismo tiempo que le señalaba
una página.
Samanta leyó en voz alta
– “El Padre
Agustín Ceballes fue ahorcado en su habitación un cuarto de hora antes de las
8, aunque su cuerpo fue encontrado en el jardín después de las ocho de la noche”
– ¿Te fijas? –
acotó él – San Agustín fue ahorcado en su habitación, igual que la Hna. Rita.
– Aun así, no creo
mucho en esa maldición – dijo ella – fue hace tanto tiempo, años atrás y
¿apenas va cobrando la primera victima?
– Tal vez hayan
existido otras, busquemos a ver.
Ricardo y Samanta seguían hojeando el libro,
hasta que se detuvieron en una página, la cual ilustraba completamente la
manera en que fue encontrado el cadáver de San Agustín. Tal como se lo
describió la hna. Isabel, yacía tirado en una fuente amarrado de manos y pies,
y con una soga alrededor de su cuello, lo que más le llamó la atención a
Samanta fue que junto a su cuerpo, allí mismo en la fuente, habían varias
manzanas tiradas.
– Debe haber una
fotografía del padre Agustín ¿cierto? – preguntó Samanta.
– Supongo que sí –
dijo Ricardo – déjame ver, creo haber visto una por aquí… Aquí está, es él –
mencionó él mientras le mostraba la fotografía a ella.
Samanta comenzó a sudar frío, su respiración
fue acelerándose, sus ojos se salían de sus órbitas, y su piel se palidecía,
quería gritar pero no le salían palabras.
Lentamente se sentó en el suelo y agachó la
mirada. Ricardo la miraba confundido, pero con una extraña sonrisa como si
hubiera dado en el blanco, luego reaccionó:
– Samanta ¿te
encuentras bien?
– No, no lo estoy
– dijo ella – te juro por lo más sagrado que ese Señor, el de la foto del libro
es igual, por no decir idéntico a… a… a Matías.
– ¿Matías? ¿Quién
es Matías?
– el misterioso
caballero que me recogió en la parada y me dio el aventón hasta aquí.
– ¿estás segura?
Tal vez estés confundida.
– eso espero,
porque entre él y las manzanas me están volviendo loca – dijo Samanta al mismo
tiempo que salía corriendo de la biblioteca.
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