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ntonces tú eres el
famoso Padre Vicente – le dijo Samanta a Matías con una mirada de ira.
– No, déjame
explicarte…
– No tienes que
explicar nada, ahora lo entiendo todo, me trajiste aquí, nunca te han visto y
eres el padre de Estefanía.
– No tienes
derecho a hablarle así – repuso la Madre Superiora.
– ¿Quién es
Estefanía? – preguntó la hna. Isabel que aun no salía de su confusión.
– es una muchacha
que vive en la mazmorra – respondió Adrián
– ¿en serio?
¿Existe una mazmorra? ¿y para que?
– Deje de
inmiscuirse hermana Isabel – dijo fuertemente la Madre Superiora – por favor
retírese y déjeme a solas con estos jovencitos.
– Con permiso –
dijo la joven novicia y se retiró, cerrando la puerta tras sí, pero observando
a través de la rejilla.
– Han llegado
demasiado lejos – dijo la máxima autoridad del convento – están en un grave
peligro.
– ¿De que habla?
Ya sabemos quien es el Padre Vicente, y todavía tiene el descaro de llamarse
Padre, no es mas que un…
– Mida sus palabras
jovencita – le interrumpió ella.
– Samanta ¿me
permites? – intervino Matías mientras le invitaba a tomar asiento – Ven y te
explico, pero a solas – aclaró mientras miraba a Adrián.
– De ninguna
manera – respondió Samanta – Adrián se queda, ahora dime ¿Por qué encerraron a
Ricardo?
– pero ¿De que
estás hablando? Yo no encerré a nadie, ni soy el padre de nadie, ni mucho menos
soy el Padre Vicente – dijo Matías un poco alterado.
– ¿entonces?
– Escucha, primero
que todo, mi nombre sí es Matías, no soy sacerdote ni cura ni nada de eso, solo
soy amigo del Convento, soy hermano de sangre del Padre Vicente… y también… de…
de la Madre Superiora.
– ¿la Madre Superiora
y el Padre Vicente son hermanos?
– así es, y yo soy
el tercero
– ¿Por qué no me
lo dijiste cuando nos conocimos?
– es un secreto
que muy pocos lo saben, además no me he llevado en buenos términos con mi
hermano mayor, y aunque mi hermana ha servido de puente entre nosotros dos, mi
visita a este convento es casi restringida.
– Ahora entiendo –
dijo Adrián – ustedes apoyan el cinismo del Padre Vicente y su hija secreta e
ilegitima.
– ¿Cuál hija
ilegitima? – preguntó Matías
– Estefanía, la
chica que mantienen oculta en la mazmorra, ella es la hija del Padre Vicente
¿cierto?
Matías lanzó una carcajada fuerte que hizo
que Samanta y Adrián se molestaran un poco.
– No mis hijos –
dijo él – Estefanía no es ninguna hija de Vicente, es nuestra hermana, la
menor.
– ¿son cuatro
hermanos?
– Así es – dijo la
Madre Superiora – Estefanía tuvo problemas al nacer, nuestra madre murió
dándola a luz, y la pobre niña estuvo varios minutos sin aire y quedó muy
mal, su cerebro
no recibió el suficiente
oxigeno, así que me la traje al Convento, pero nunca quiso vivir con nosotros,
siempre se iba a la mazmorra, y me dijo que quería vivir allí, Vicente y yo
estuvimos de acuerdo y la dejamos, siempre le llevaba comida, pero un día me
dijo que ella misma buscaría su comida, Estefanía es muy escurridiza y muy
pocos en el Convento la han visto.
– Ella nos contó
otra historia muy diferente.
– y supongo que
ustedes le creyeron – dijo Matías – así como creyeron en esa tonta leyenda.
– No es tan tonta,
teniendo en cuenta que Ud. se parece mucho al Padre Agustín – mencionó Adrián.
– La verdad es que
nunca creí en esa leyenda – aclaró Samanta – pero sabía que alguien quería
manipularnos.
– ¿Manipularlos? –
preguntó asombrado Matías – nadie quiere manipularlos, sé que soy muy parecido
a San Agustín, pero nunca me prestaría para esos juegos de asustar a la gente.
– y a todas estas
¿Por qué Ud. Se peleó con el Padre Vicente?
– por Estefanía,
yo quiero internarla en un Sanatorio, un lugar donde puedan tratarla bien y
darle un tratamiento, pero él insiste en que se quede aquí.
– Ya veo, entonces
si ustedes no encerraron a Ricardo ¿Quién lo hizo?
Todos quedaron mirándose unos a otros, hasta
que Samanta dio con la respuesta, solo una persona sabía que Ricardo estaba
encerrado, solo una persona venía supuestamente de parte de él.
– ¡La hermana
Isabel! – exclamó ella – definitivamente fue ella, pero ¿Por qué lo haría?
Rápidamente abrieron la puerta, no había
nadie por allí cerca, aunque estaban seguros que minutos antes la Hna. Isabel
estaba curioseando a través de la rejilla de la puerta. La noche había caído
ya, y faltaban pocos minutos para dar el toque de queda, la Madre Superiora dio
por finalizada la conversación y les ordenó a Samanta y Adrián regresar a sus
habitaciones.
– Aun no nos dice
la razón de este tonto toque de queda – dijo Samanta.
– En otra ocasión
– respondió la Madre Superiora.
Pasaron unos cuarenta minutos, eran más de
las 8pm, Samanta estaba en su habitación cuando oyó un gemido, era el mismo
llanto melodioso que escuchó la noche en que mataron a la Hna. Rita. De
inmediato se asomó por la rejilla de su puerta y vio a la Hna. Isabel corriendo
mientras un monje, cuyo rostro se ocultaba por la capucha, la perseguía. A
Samanta no le importaron las reglas ni el toque de queda, estaba decidida a
salir, giró la perilla de la puerta pero esta no abría, alguien la había
encerrado al igual que su amigo Ricardo; volvió a asomarse a la rejilla y
gritaba, pero al parecer nadie la escuchaba, nuevamente vio a la hna. Isabel
pasar frente a su puerta desesperada gritando:
– ¡Ayúdenme, alguien que me
ayude, me quiere matar! – decía la joven novicia, mientras el extraño monje
caminaba lenta y tétricamente detrás de ella, Samanta no pudo reconocerlo, pero
sin duda alguna era él quien lloraba y cantaba al mismo tiempo, un asesinato
ocurriría frente a ella, y Samanta no podía hacer absolutamente nada para
impedirlo, seguía encerrada.
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