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emprano en la
mañana, todos en el Convento San Agustín se preparaban para ir al funeral, el
viento ya no soplaba como antes, las flores del jardín ya no daban sus
agradables fragancias, ahora solo eran cunas de insectos. El día avanzaba
lentamente, y el ambiente que se respiraba era de duelo y soledad, y allí mismo
la Hna. Concepción se alistaba mientras ayudaba a otra monja con el desayuno.
– De prisa – dijo
ella – tenemos que tener todo listo antes que comience la misa.
– ¿Por qué no le
hicieron un funeral a la hermana Rita? – preguntó la otra monja.
– su familia vino
a buscar su cuerpo – respondió – ellos le dieron cristiana sepultura.
– ¿No te parece
extraño que habiendo varias muertes en estos días, la policía no se ha dignado
en dar la cara, solo vienen para llevarse los cadáveres.
– ¿Qué está
insinuando hermana?
– Oh nada, solo
que me parece extraño.
– pues a mi
también, pero supongo que es porque ni la Madre Superiora ni el Padre Vicente
quieren formar un escándalo, ni dañar la reputación del Convento.
– ¿Cuál
reputación? Si por estos lares solo se habla de la Leyenda esa de San Agustín.
– bueno, pero
sabemos que son solo cuentos de camino.
– Yo seré muy
religiosa hermana, pero de que vuelan, vuelan.
– pero ¿Qué clase
de fe tiene Ud.?
– no se trata de
fe, sino de decisiones, por ejemplo ¿Por qué el Padre Vicente viene muy poco
por aquí? ¿Cuándo fue la última vez que vino?
– No recuerdo,
hace seis meses me parece, tal vez más.
– Exacto, y con
estas misteriosas muertes ¿no cree que ya debería haber dado la cara? Después
de todo este es su Convento.
Las campanas sonaron en ese momento,
indicando que la misa y el funeral iban a comenzar. Las dos monjas, terminaron
y empacaron la comida y se dirigieron a la capilla. Al llegar allí había mucha
gente, al parecer todos los residentes y hospedados en el Convento asistieron.
El Padre Camilo dirigió la eucaristía.
– Hoy estamos
reunidos para darles el último adiós a estas nobles personas que sirvieron a
Dios y al prójimo…
– Pobre hermana
Isabel – comentó un sacerdote – era tan joven y venir a acabar así.
– ¡Esto es
absurdo! – exclamó de pronto uno de los presentes – No se le puede dar
cristiana sepultura a una persona que se haya quitado su propia vida, eso es
pecado mortal.
Todos empezaron a murmurar y la bulla reinó
el ambiente.
– Orden hermanos,
les pido silencio por favor – decía el Padre Camilo.
– la hermana
Isabel nunca se suicidaría – gritó la hna. Concepción – yo la conocía bien y sé
que nunca haría algo así, ella fue forzada a hacerlo.
El silencio volvió en un segundo, todas las
miradas se posaron asombradas en la Hna. Concepción.
– ¿Cómo está Ud.
Segura de eso? – le preguntó un clérigo.
– Yo… yo solo…
solo lo supuse, pues sé que ella no atentaría contra su vida – titubeó ella.
– Hijos míos –
intervino el Padre Camilo – no estamos aquí para juzgar a nadie, solo queremos
que sus almas descansen en paz.
– suponiendo que
ese tal Matías tuviera alma – murmuró otro de los clérigos.
– ¿Van a seguir
con lo mismo?
– Estas dos
personas merecen ser recordadas como hijos de Dios.
– Continúe Padre,
no les haga caso, al parecer no tienen a Dios en sus corazones.
La misa continuó y todos volvieron a sus
asientos, para despedir por última vez a la hna. Isabel y Matías, victimas
aparentes de un homicidio/suicidio. Pero debido a las extrañas circunstancias y
la creencia de algunos de la Leyenda de San Agustín, muchos ponían en duda esa
conclusión y daban por sentado que se trataba de la “maldición” de la leyenda.
La hna. Concepción miraba a todos lados mientras se preguntaba: ¿Cómo estarán
Samanta, Adrián y sobretodo Ricardo? ¿Dónde estará la Madre Superiora que no
hizo acto de presencia en el funeral de su propio hermano?
En ese instante logró divisar, allá detrás
de unas figuras de santos, en la parte derecha de la capilla, a Estefanía quien
se asomaba de vez en cuando para observar sin ser vista. La hna. Concepción se
levantó de su asiento y se dirigió al lugar donde vio a la chica, pero al
llegar allí ella no estaba, miró a todos lados y no había señales de Estefanía,
excepto por un papel tirado en el suelo, la monja lo levantó y leyó en voz de
susurro lo que decía: “Samanta aun vive,
pero los demás corren peligro.”
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