U
|
na serie de
acontecimientos extraños han ocurrido últimamente – dijo la Madre Superiora.
Los tres jóvenes escuchaban temerosos las
palabras de la monja que ahora parecía mas serena pero igual de escalofriante.
– por un momento
pensé que la leyenda era cierta – continuó la monja – que San Agustín venía a
vengarse, después de todo fue el Padre Vicente quien colocó esas reglas. El
punto es que me di cuenta que alguien nos estaba manipulando, se aprovechó de
la leyenda para impartir el terror, primero quiero recordarles que la mayoría
de los que viven en el Convento vienen de un pasado oscuro, traumático o cruel,
y anhelan encontrar la paz.
– ¿A que se
refiere?
– Déjeme terminar,
no interrumpan – dijo – como les decía, el Convento San Agustín es un lugar
para encontrar el perdón de Dios sobre lo que sea que haya ocurrido en el
pasado de cada uno de los huéspedes e internos que aquí llegan. La hermana Rita
por ejemplo, antes de aceptar el llamado era una ladrona, robaba joyas y las
vendía, sé que es poco ético que yo les cuente esto, pero es necesario para que
me comprendan. La hermana Isabel, dulce e inocente como la veían, era una mujer
de la vida fácil.
– ¿una prostituta?
– interrumpió Ricardo – ahora sé por qué me dejó, yo pensé que me amaba.
– Les dije que no
me interrumpieran, ya hablaremos de eso, les decía que la hermana Isabel
decidió dejar esa vida y entregarse de lleno
al servicio de Dios, pero
alguien conocía esos secretos y los usaba para
hacerles ver lo inmundos que estaban y que no merecían el perdón de Dios, lanzándolas
al suicidio, alguien capaz de manipularlas a su antojo, y ese alguien no puede
ser otra persona que tu Ricardo.
– ¿Yo? No, yo no…
Ud. No sabe lo que dice – se defendió él – no puede probar nada.
– claro que puedo
¿recuerdas a Estefanía? A quien también manipulaste, aprovechándote de su
condición. Ella no está loca, ¿sabes? Me contó todo, me dijo como le decías lo
que tenía que hacer.
– No se de que
está hablando
– Me refiero a la
nota que decía “Matías es un traidor”
en la habitación de la hermana Isabel, tu obligaste a Estefanía a colocarla
allí, y peor aún, la usaste para ayudarte a matar a Matías, ¡Como pudiste!
Estefanía me confesó que fue ella quien envenenó a Matías, a su propio hermano,
porque tú le dijiste que le diera la manzana, una manzana envenenada como la
que le diste a Samanta, solo que Matías si se la comió toda y por eso no
sobrevivió.
Samanta comenzó a sudar frío allí mismo en
su cama de hospital.
– entonces si me
querías matar – dijo – ¿también a Adrián?
– ¿a mi? –
preguntó Adrián – ¿Por qué? Si pensé que éramos amigos, como hermanos.
– y es así – dijo
Ricardo – no crean lo que dice esta mujer.
– ¡Mas respeto
jovencito! – exclamó la Madre Superiora – cuida tus palabras cuando te dirijas
a mi.
– y yo que te creí
todo Ricardo – le dijo Samanta – pensé que de verdad la Madre Superiora y el
Padre Vicente estaban detrás de todo, pero veo que no.
– Te repito que no
es así – decía furioso Ricardo – es verdad que yo le reclamaba a Isabel, pero
nunca pensé que había sido prostituta, y tampoco manipulé a Estefanía, deben
creerme.
– lo cierto es que
la hermana Isabel se suicidó por tu culpa.
– Ya no sigas –
dijo Adrián – todo te delata, yo vi a la Hna. Rita salir de tu habitación la
noche en que murió.
– ¡El llanto! –
agregó Samanta – yo escuché un llanto esa misma noche, ¿era la hermana Rita?
– No – aclaró
Adrián – yo también escuché ese llanto y fue antes que ella saliera del cuarto
de Ricardo.
– Es cierto –
comentó Ricardo – estábamos hablando cuando oímos que alguien lloraba, y luego
la Hna. Rita se fue, así que yo no pude haberla matado.
– Eso no te libera
– agregó la Madre Superiora – alguien mas pudo llorar y puede que no tenga que
ver con el caso.
– Tal vez – dijo
Samanta – pero da la casualidad que cuando murió la Hna. Isabel, esa noche que
nos encerraron, volví a escuchar ese mismo llanto melodioso. Y vi cuando
alguien la perseguía… ¿no fuiste tú?
– ¡Claro que no! –
exclamaba Ricardo mas alterado – ¿Cómo iba a ser yo? Si estuve todo el día
encerrado en mi habitación.
– cierto, esa fue
tu excusa, pero la verdad estuviste desaparecido todo ese día.
– ¡Di la verdad! –
gritó la Madre Superiora – tu mataste a la hermana Isabel y a Matías y luego te
encerraste en tu cuarto.
– ¿Cómo iba a
echarle llave a la puerta desde afuera estando yo adentro?
– No es complicado
– intervino Adrián – después de entrar, pudiste sacar la mano por la rendija y…
– ¡Cállate! ¡No
sigas! – le gritó Ricardo y acto seguido se le abalanzó a Adrián dándole un
fuerte golpe en la cara, tirándolo en el acto y dejándole inconsciente – ¡Te he
dicho que no dijeras nada!
– Así que también manipulaste a Adrián para
que no te delatara – decía Samanta – Cuan bajo has caído.
La Madre Superiora llamó a Seguridad del
Hospital, se llevaron a Ricardo al Convento y lo encerraron en su habitación
con guardias vigilando hasta que llegara la policía y lo traslade a la
Penitenciaría de la capital. Mientras llevaban a Adrián en una camilla allí
mismo en el hospital.
Al día siguiente, Samanta volvió al
Convento, la pesadilla había terminado, le dolía mucho como Ricardo se había
convertido en un asesino, pero aún le albergaban las dudas. Así que salió a
caminar y por primera vez meditaba y pensaba en lo ocurrido.
Al caer la tarde, Ricardo estaba en su
habitación con una soga, el remordimiento lo asechaba, una voz le decía: “soy una mala persona” – Soy una mala
persona – repetía él. “merezco morir”
– Merezco morir, “es mejor acabar con
esto” – es mejor acabar con esto.
Ricardo repetía cada palabra que la voz le
decía, al mismo tiempo que colocaba su cuello en el nudo de la soga que ya
había colgado en el techo, se subía a una silla y seguía repitiendo lo que la
voz le decía “no iré a la cárcel” –
No iré a la cárcel, “el infierno me
espera” – el Infierno me espera – volvió a repetir Ricardo y con sus pies
tiró la silla.
La soga en su cuello comenzaba a apretarse más
y más, mientras su piel se tornaba más púrpura, sus ojos salían de sus orbitas
y su respiración cada vez disminuía.
En eso una voz
desde el baño dijo:
– Ya está acabado
– mientras Adrián salía y veía como Ricardo agonizaba. Adrián sonreía con una
mirada de victoria se acercó al agonizante Ricardo y murmuró: – siempre te hice
creer que me sometías, pero yo siempre te manipulé, ahora púdrete en el
infierno Ricardo, – y tomando papel y
lápiz escribió: “Ya pagué por mi pecado,
pero en el infierno los espero” y Adrián firmó como Ricardo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario